Ya no quedaba la risa. Una mancha negra subía por su pecho encogido. Una lágrima tatuada como un Pierrot.
En la penumbra se deslizaban sus males hasta las manos y ya no podía oír, no quería escuchar la decisión que no había tomado.
Cerró los ojos agotada de pensar y en medio de un café se sintió abandonada e injusta con su propio ser.
¿Qué quería enseñar si no lo había aprendido? Las voces de otros se entremezclaban con su propia voz.
Silencio! pero el grito quedó ahogado en la garganta junto con todas las cosas que había repetido una y otra vez, ahora sin esperanza.
Tratar de entender le hacía poner las manos en puño. Quería que alguien entendiera lo que sentía. Qué no era tan fácil, que el horror la contemplaba en cada sílaba que
enlazaba con otra intentando formar el discurso preparado, modificado, releído y sentido en pena tantas veces.
Sintió que el rompecabezas se deshacía de pieza en pieza y que era demasiado alto el precio por el amor. Demasiado alto el amor incondicional para tan poca devolución.
Recordó sus palabras y el enojo cegó cualquier otro sentimiento.
Vos me hacés daño!
Y después no supo continuar lo irreversible.
no hay nada mas temible que las sílabas. una les de un poquito de libertad y se empiezan a asociar en palabras nefastas, las muy delincuentes. como nombres propios, por ejemplo.
ResponderEliminarYo trato de apaciguarlas en la punta de la lengua porque mi madre me enseñó que una vez que salgan, pueden ser irreversibles.
ResponderEliminarNombres propios... cómo no se me había ocurrido!
Un abrazo Mabel!