Me maravillaba la pequeña arruga que surgía en la comisura de sus labios cuando se reía. Siempre reía, por lo que yo vivía maravillado, babeando por su voz, esperando en los rincones su mirada atenta. Es cierto que nunca recibí un trato diferencial, ni una mirada particular que dejara ver el amor secreto que sentía por mí, pues no lo había y yo lo sabía con total claridad. En el ataúd de mi timidez, su perfume llenaba mis pulmones y el corazón se me desbocaba de deseo. No me sentía digno de ser destinatario de el tono tranquilo de su voz, ni la agradable conversación que mantenía, con suma educación, con quién requiriera sus consejos, comentarios, o simplemente por el placer de sentirse cómodo y reconocido por esa deidad. Anonadado por su belleza y lo grandioso de esa impecable inteligencia femenina, me paseaba por la oficina buscando "la casualidad" de encontrarme en los mismos lugares. Con minutos de retraso, segundos cuando la ansiedad me carcomía, bajaba en el mismo ascensor, hacía la misma cola en la cafetería, fotocopiaba miles de hojas sin sentido, solo para verla desde el caparazón de mi anonimato.Una tarde en que la fortuna me encontró esperando, la ví pasar presurosa por el pasillo, quizás un poco desalineada, había notado como una bala la media corrida que bajaba como un surco, un poco más abajo de la rodilla. Escuché la puerta del baño de mujeres cerrarse de un portazo, y luego un cuchicheo femenino en ascenso que llego a mis oídos. Al parecer su novio (por suerte no hubo testigos frente a mi cara desgarrada de dolor, lógico, tenía novio), la había abandonado por teléfono, el muy cobarde, el muy engendro, bicho canasto insignificante, desperdicio del universo, miseria de la vida, abandonar a esa Venus de Milo de carne y hueso, a esa maravilla de la creación, a esa mujer impecable y completa. Moría de rabia y de asco por aquel sujeto que con tal atrevimiento, había dejado en evidencia la humanidad humillada de ese milagro de persona. Me levanté balbuceando insultos de gran imaginación y creatividad, pues no encontraba las palabras exactas para describir el malestar que ese hombre desconocido me causaba. Sin pensar, llegué a la puerta del baño donde un grupo de mujeres se encontraba agolpado discutiendo los pormenores del último chisme. Con la mano en el picaporte, fulminé con la mirada, una mirada desconocida hasta para mí, a una muchacha regordeta dispuesta a protestar por mi irrupción al baño de mujeres. Al entrar, escuché el llanto contenido, y vi por debajo del box los delicados pies cruzados. A su alrededor, un montón de bollos de papel evidenciaban el acompañamiento de esa agua mocosa tan molesta a la hora de sufrir. Apoyé mis manos y la cabeza en la puerta cerrada para acercarme más, para poder escuchar su respiración agitada, los sollozos desgarradores de un corazón partido. No dejé que sus palabras me interrumpieran y desaté sin pausa la sarta de elogios contenidos que había acumulado durante años, y entre medio, confesé mi amor aniñado de admiración inmaculada. No sé cuanto tiempo mi corazón expuesto creció ocupando todo el baño, pero cuando ya no tenía nada más para decir, me percate que ya no lloraba. Hice una pausa, y cuando iba a empezar a hablar de nuevo, ya sin saber qué decir, la puerta se abrió. Me miró con los ojos hinchados, el maquillaje corrido, la ropa desarreglada, pero la frente altiva y una sonrisa deslumbrante que le iluminaba la cara. Se acercó, tomo mis manos entre las suyas, y besó mis palmas, y la punta de mis dedos y el dorso de ambas manos. Me besó dos veces en la mejilla y susurró unas cuantas veces gracias. Suspiró, se acomodó como pudo la imagen, y salió del baño.
No la volví a ver. No sufrí su partida, había sido tan fuerte el desahogo pegado a la puerta de cubículo en el baño, que toda mi alma se desarmó como si fuera de agua por mis dedos, volviéndose a armar con más ímpetu y seguridad. Esa noche dormí mejor que todas las noches de mi vida en que rogaba soñarla. Al día siguiente en la oficina, resplandecía de placer en mi secreto: Yo fui el que la hizo sonreír, aunque nunca supo mi nombre.
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