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7 de septiembre de 2012
Happyless
Se vistió despacio intentando hacer el menor ruido posible. No sabía como huir de ese lugar sin acarrear todas las preguntas que no quería responder. Sentía en la boca el sabor de la penas que empezaban a marchitar su corazón florido. Ahora la podredumbre inundaba de miserias la habitación, esa que ya no volvería a ver, y era casi un alivio. Ese ultimo pensamiento le hizo morderse el labio para no gritar. Había tanto de su alma desparramada en el piso, quería juntarla para llevarse todo, para que nada quedara en ese inhabitable rincón de un recuerdo con espinas. Era increíble como tanto amor podía transformarse en astillas y desangrarte por dentro, pensó, y sintió en el estómago toda la tristeza del universo clavarle un aguijón. Como el enojo es enemigo de la tristeza, quiso romper toda la habitación, despedazar la ropa, los cuadros, el centenar de cosas que compartían juntos, despertar a ese ser relajado sin conocimiento de la furia que se cernía sobre su vida y su cuerpo. Cómo podía dormir sabiendo que ya no habría nada? Cómo podía descansar cargando en su conciencia un corazón destrozado sangrando en sus manos? Miró su silueta con desprecio porque el dolor era demasiado grande para caer en el amor, y aún así, aún sabiendo que ya no habría nada que hacer, quiso que despertara y le impidiera irse, y no volver, no volver jamás esa fantasía inexistente de felicidad. Juntó sus zapatos y el resto de su ropa. No le alcanzaron las manos para llevarse algo más que la decepción. Seguramente el tiempo iría menguando su enojo, sanando su cuerpo de desamor, y recordaría que alguna vez, si fue suficiente, fue realmente felíz. Salió de la habitación sin volver a mirar nada. Agradeció que fuera de noche para no lamentarse de una última mirada a la casa, los muebles, el aroma. Cerró la puerta de calle con la única llave que tenía, y luego la lanzó lo más lejos que pudo de su vida. Se puso los zapatos y lloró sin pausa hasta la parada del colectivo y nunca más. Por la ventana, vió salir un sol enorme y casi sonrió. Mañana se dijo. Mañana, repitió.
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