El olor a sangre inundaba cada partícula de aire, un olor denso que se mesclaba con la humedad de la tierra y la podredumbre de cuerpos en principio de descomposición. Sintió en su brazo el peso de la espada, el peso de los años y un poder que pensó perdido, que vió agonizar frente a enemigos que equívocamente, le habían parecido más astutos y sabios. Ahora, parado frente a su destino, la claridad de las cosas casi le era obvia: no había forma de vencerlo, no cuando todo su ser se vertía en una victoría que aún cuando había dudado, era inminente. Escuchó su propia voz surgir como un rugido en medio de la noche que se avalanzaba sin pausa sobre sus miedos, arrojando todo su pasado al interior del hombre en que se había convertido para llegar a un presente que marcaría a fuego su futuro. Con la espada en alto como una continuación de su brazo, su voz se esparció en la negrura. "El rey a vuelto" gritó, y su ejército se inclinó para darle la tan ansiada bienvenida.
Cuando amaneció, nadie dudaba de a quién pertenecía la corona.
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