Un Dragón está recostado en mi pecho, su aliento reposado calienta mi
cuerpo de inmediato, y mi temperatura se iguala al mismo grado de ebullición. Miro
al mítico animal dormido y manso, subiendo y bajando en mi respiración a penas
contenida. Toco sus escamas aterciopeladas, tan duras a la vista como suaves al
tacto, incluso es casi curioso cómo se hunden mis dedos en las finas hebras
rojizas que coronan su cabeza. Cuando está despierto, el Dragón ronronea como
un gato, bufa como un toro impaciente, su cuerpo se pasea buscando mi
proximidad, mostrándome su acercamiento, la necesidad como yo, del contacto.
Oigo correr su sangre, siento el torrente fundirse en sus latidos, sonidos
resonante que amansan y pacifican mi propia criatura, mientras sobre mi pecho, mágicamente se funde un Dragón.
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