Me acuerdo de haber pasado por acá. Quizá no fuera precisamente este lugar, pero la luz se parecía bastante. Entraba impetuosa por una ventana y yo veía el mundo desde ahí, tan cerca y tan lejos. Pensaba igual que ahora que había algún horizonte no descubierto, que era cuestión de intentarlo, de salir, de meterse, enredarse, dejarse llevar. Suena tan fácil siempre. Tan placentero y verosímil. Abría y cerraba cajones, abría y cerraba cuadernos de memorias volcadas apresuradamente, como si fuesen a esfumarse, como si necesitasen salir con urgencia directamente al movimiento de mis manos. Es el impulso de la correntada de sangre que bombea acá, en las venas, en el corazón mismo del sistema nervioso contrayéndose en cada sensación, sin mandato, desbordando igual que todos los textos, desparramado todo mi ser en todo lo que soy, un popurri de raciocinio sentimental. Aún no me decido si más sentimental que raciocinio o al revés, si es que existe algún revés para esos dos. Cuál sería el objeto del pensamiento sin la pasión? Cómo se hubiesen descubierto las cosas sin la curiosidad, sin el deseo, sin el desvelo de saberse a punto de saberlo?
Seguía yo entonces la formación de pensamientos vagos con mis dedos, mi reflejo en el espejo con la misma luz que aquel entonces, uno, dos, demasiados momentos, demasiado conozco yo este sitio para quedarme, y tantas veces siento que no me puedo ir. Que sí hay un horizonte escondido, que tengo al menos que intentarlo, que debo dejarme llevar, que puedo salir, meterme sin enredarme, guardar la llave en un cajón que no revise. Sentir el calor, en vez de solo ver la luz. Suena tan fácil siempre. Y este lugar que ya conozco.
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