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16 de febrero de 2014

Esperanza

Sintió su corazón acelerarse pese a la insistencia de estar tranquilo. Miró su cama, prolijamente tendida, paseó la vista por el resto inspeccionando que todo estuviera en orden, que fuese un lugar cómodo para quedarse, que ella fuera la "indicada" para abrirse de las sombras, para posar una vez, el alma titilante de un corazón desquebrajado. Esperaba que fuese cierto ese beso, la confesión de un deseo y un miedo compartido. El tiempo se desplazaba por los minutos como un gusano agotado. La televisión prendida en un canal sin ser visto. Sentado ahora en la cama, repasaba con la memoria su cuerpo, el sonido de la risa, lo bien que se sentía el tacto de su pelo. Añoraba desvestirla en los besos, saber si su piel encajaba en la inclinación de su cintura, en el hueco de su cuello. Sabía que debía tener cuidado. Se lo repetía a cada rato, en cada instante, hasta que no supo si debía tener cuidado de ella o de él. Las alarmas de su cabeza estaban alertas y encendidas. Todo su cuerpo respondía a un gesto, una mirada, la sed reprimida de tenerla, retenerla, dejarla ir si no pudiese evitarlo, si fuera necesario sentir fluir su sangre en la garganta, el sabor dulce de su vida llenándole el cuerpo. Su maldición era, al fín y al cabo, la necesidad de poseerla como un vampiro, como un ser nocturno escondido entre la sombras, aguardando paciente, cauto, la aparición de esa luz que trajera el día, la pertenencia, la luminosidad de entregarse finalmente, a la liberación de su alma.

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