Me encontraste. Me topé con tus ojos mirándome fijo. La pregunta escapándose de la punta de mi lengua. Te nombro. Te siento meterte por mis poros y mis pensamientos. A veces descreo de sentirte, como si fueras un embrujo. Te toco para creerte cierto, para corroborar con mi mayor calma que la sombra que se va no es la tuya. Te veo sentado en todas las sillas de mi sala, acostado envuelto entre todas las sabanas, sacudido de los días, engendrado en el silencio que no dicen mis palabras. Palabras que brotan de mis manos, que se acurrucan en el hueco que ha dejado mi corazón en el pecho, y en tu pecho descansa mi mano, donde tus latidos hacen eco, despiertan la sangre, la sensación dormida de encontrar en tu mirada aquello perdido, casi olvidado, oxidado. Estás. Estoy. Estamos.
Soy. Sos. Somos. No hay pausa. Solo Sol y solo Luna, y la relatividad del tiempo que baila en mi palma cuando te beso, cuando muero un poco en el día, cuando reviven mi alma tus palabras.
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