Lo estaba esperando sentada en el segundo escalón de la entrada principal del edificio. Miró su reloj con detenimiento pero no prestó atención a la hora, estaba segura que se había retrazado dando alguna clase, tal vez charlando con algún alumno para darle consejos como hacer mejor el trabajo práctico. Él solía hacer esas cosas: ayudar a sus estudiantes a ser mejores estudiantes, aunque no siempre lo consiguiera.
Se olió la muñeca y comprobó que aún estaba intacto el perfume. Se había perfumado a escondidas para que su madre no se diera cuenta. No le gustaba que usara "ese tipo de perfumes" y Julieta se sentía confundida al respecto, ella también era una mujer ahora y sus perfumes de niña, que además se evaporaban en segundos, la hacían sentirse un bebé y ya no lo era. Se había cepillado el pelo con cuidado y mucho tiempo pues no lograba decidirse si el pelo recogido o suelto la hacía verse más grande. Optó por una media trenza que se hizo con afán y destreza. Se acomodó un poco la camisa blanca inmaculada y deseó que él se percatara del crecimiento de sus pechos el ultimo semestre. Su madrina le había regalado su primer sostén, era de algodón y modelo deportivo pues apenas se asomaban de su piel unas pequeñas curvas, pero Julieta sabía que era el paso intermedio para poder usar los sutien de encaje que usaba su madre. Su periodo le había venido hacía casi un año, a sus once recién cumplidos, y había sido un gran acontecimiento en la familia. Fueron a comprar con su madre y su tia todos los elementos de higiene y ella se sintió desbordante de felicidad.
Mientras recordaba eso, el celador del edificio la miraba curioso desde atrás del gran ventanal, sentado en un escueto escritorio. Julieta le echó una mirada furtiva y él sonrió divertido.
Ya había pasado más tiempo del que planeaba esperarlo y estaba empezando a caer la tarde. Si no llegaba a su casa antes del anochecer su padre se pondría furioso. Trató de no pensar en eso y puso más énfasis en repetir el discurso que había preparado minuciosamente para declararle su amor. En él incluía que entendía la diferencia de edad pero que eso proporcionaba que el pudiera enseñarle todo lo que había aprendido, despúes de todo era maestro y se notaba que disfrutaba enseñar. Como ya hacía rato que tenía su periodo, podía darle hijos según había leído a escondidas en una revista de sexualidad, que su amiga Maite le sacó a su hermana (aunque no entendía muy bien cómo). También incluía presentaciones familiares, cosas en común con su padre, para ayudarlo a aceptar el amor que se tenían, y un profundo agradecimiento por la nota escrita en su boletín comentando lo contento que estaba de tenerla de alumna. Julieta era la más participativa en clase, siempre hacía los deberes y se destacaba por su empeño en mejorar día a día, lo que hacía que su maestro le dedicara grandes sonrisas y ella muriera de amor. Mientras ensayaba las palabras en diferentes tonos, vió doblar la esquina el auto que tanto había esperado. Se paró de un salto, puso el pelo largo y brillantes sobre los hombros y sonrió espectante a la espera de ese hombre de ensueños que la hacía flotar. El auto estacionó en la puerta y vió bajar una mujer de pelo moreno y hermosos ojos color esmeralda. Llevaba en sus brazos un bebé de casi seis meses con el pelo rubio casi blanco como un ángel. Julieta se decepcionó de que no fuera el auto que esperaba pero entonces, el hombre al volante asomó la cabeza por sobre el techo del auto. Su maestro aún no se había percatado de su presencia y menos aún de la mirada de espanto que Julieta paseaba entre él y la mujer con el bebé. Mientras ellos avanzaban abrazados, Julieta iba repitiendo las posibilidades de que la mujer fuera la hermana, la prima, la vecina a la que había hecho el favor de traerla, cualquier persona menos su esposa, cualquier persona menos su hijo. Su maestro la miró sorprendido e inmediatamente esbozó una refulgente sonrisa. - Julieta! Qué sorpresa. Pasó algo?- ella intentó responder pero nada salió de sus labios- Estás bien? - Preguntó el maestro preocupado.
- Quién es la nena Marcos?- La voz de la mujer, aunque amable, llenó de ira la razón de Julieta.
- NO SOY UNA NENA- Gritó a viva voz mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. - Cobarde- bramó con voz ronca, y se fué corriendo sin mirar atrás. Corrió las 20 cuadras que la separaban de su casa y subió los tres pisos sin aire y con el corazón seco de llanto. Cuando su madre llegó la encontró acostada a oscuras en su cuarto. Volaba de fiebre y tenía los ojos hinchados. El médico le diagnosticó una gripe severa y pasó en cama la última semana de clases. Su maestro llamó preocupado varias veces, todas a las cuales se negó a atenderlo argumentando difonías, dolores de cabeza o haciendose la dormida. Al terminar el verano empezó la secundaria. El primer día de clases indagó durante 25 minutos a la secretaria para serciorarse de que todos los profesores fueran viejos aburridos. Antes de entrar a clase se tocó el corazón y suspiró aliviada. De espalda a la mirada de la clase, una señora rechoncha escribía su nombre en el pizarrón.
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