Decidió poner de nuevo todas las cosas dentro de la caja, lloraba intensamente y a veces no podía ver por el torrente de lágrimas. Mientras las iba colocando en un orden que le pareció propicio (como venga), releyó todo lo que decían. Algunas cosas la hicieron reír, otras le arrugaron la ropa del recuerdo y cuando ya estaba suspirando, volvió a llorar. Había pasado ya tanto tiempo. Era dificil volver a pertenecerse otra vez, no encontrar otro reflejo en el espejo, otra taza en la pileta. El placard pulcro y ordenado que no vería jamás. Se esfumaron entonces los desayunos, las peleas domésticas, los hijos que no llevarían sus ojos, ni la nariz repingada ni las pestañas al cielo. Sentía la humedad salada bajar hasta su boca. La distrajo el sonido exterior. Las manos estaban ásperas y sucias de polvo. Tenía las mejillas manchadas de tierra oscura y gris que marcó el dorso de la mano cuando se secó las lágrimas. Ya todo estaba guardado, igual que un poco de corazón que había quedado remendado a las fotos, a un pasado tan inminente como necesario. Era una caja demasiado chica, le pareció injusto su tamaño frente a lo que había sido inmensamente grande.
La casa estaba en absoluto silencio, salvo por el sonido recurrente de su nariz soltando mocos en el sin fin de bollos de papel cubriendo el piso.
Se quedó mirando a su alrededor y sintió que no había cajas suficientemente grandes para guardar la vida. El silencio seguía ahí, mezclado con la penumbra de la tarde. Sin ningún esfuerzo de contensión lloro escandolasamente hasta que sintió que se le había exprimido cualquier partícula de líquido en su cuerpo. Fue hasta el baño y se miró al espejo, la imagen que le devolvió no era una delicia: estaba absolutamente despeinada, con los ojos rojos e hinchados igual que la nariz y la boca. La cara sucia del secado contínuo de las lágrimas. Estaba a punto de abrir la boca en un alarido para llorar de nuevo, pero la detuvo notar un bello revelde crecido en el párpado. Lo miró con atención acercándose al espejo y lo extrajo de un tirón con la pinza depilatoria. Se miró de nuevo: mucho mejor. Soltó una rizotada y se rió hasta que le dolió el estómago. Abrió la ducha, se baño, se vistió, se perfumó y se fue a tomar un helado con una compañia tan conocida como bienvenida: Ella misma.
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