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17 de marzo de 2014

Pasaje

Y ahí estaba, recorriendo con la lengua la humedad de su boca, mordiendo el labio inferior, sintiendo su respiración cálida y agitada. El latido en las sienes, los brazos rodeando la cintura, la espalda, la mano agarrando la nuca, sintiendo su entrega como si fuera una esclava de su deseo que crecía mientras aspiraba su perfume, el olor de su ropa, la porosidad de su pelo cayendo enredado entre sus dedos. Los brazos de ella se acomodaban con toda perfección al camino que marcaba su columna, subían y bajaban sus manos por la espalda, hasta que apenas eran roces que perdían fuerza, cuando él le mordía el cuello y dibujaba un surco de fuego jugueteando con el lóbulo de la oreja, bajando despacio por el mismo camino que marcaba su lengua, la saliva tibia, los dientes hundiéndose en la piel, apenas, suave, hasta que la sentía gemir y no podía evitarlo, su boca buscaba con desesperación sus labios, y la besaba, la poseía, la encantaba como un mago. Se fueron sacando la ropa, casi arrancada, desprolijas las mangas, maldecidos los botones y los cierres enemigos de la urgencia. Se miraron un momento, se apreciaron, y desearon aún más, y no había nada entre ellos, nada más que sacar, nada que ocultar. Se acercaron imantados por su propia atracción, rozándose, apretándose los cuerpos extasiados de deseo, de un frenesí que fue creciendo a medida que se saboreaban. Apartó su boca de aquel hombre, los labios hinchados y rojos, los ojos entre cerrados, excitados sus sentidos y sus ganas, lamió su boca, beso sus párpados, fue recorriendo el torso desde el cuello, mordiendo aquí y allí, lamiendo las imperfecciones perfectas de su piel, cruzando como un mar de lava el nacimiento de la clavícula, el cuello, el inicio de la nuca, olisqueando el pelo mientras se abrazaba desde su espalda, mientras volcaba sus pechos rozando apenas los omóplatos,  lamió sus hombros, las manos sosteniendo sus brazos, la respiración agitada del portador rendido a sus designios, a la humedad cálida y fría que iba dejando su boca, su boca deseosa que bajaba y subía por la espalda estremecida, por la piel que reaccionaba a su deseo hasta perderse, hasta que no supo donde terminaba su cuerpo y donde comenzaba el de ella, donde se desprendían sus manos y donde se apaciguaban sus ansias, donde se besaban, y donde se lamían, donde eran y donde se transformaban.

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