Hoy es el cumpleaños de Mauro. Por qué me acuerdo del cumpleaños de alguién que ví una sola vez en la vida a mis 14 años? Es un misterio, pero me acuerdo. Un chico de sonrisa amable, ojos brillosos y lo más libriano que había visto a esa altura de mi vida. Nos escríbíamos cartas de amor contándonos la vida cotidiana, rememorando el momento en que nos conocimos en unas vacaciones familiares a Misiones (y les juro que lo ví solo una vez en año nuevo donde nos miramos y charlamos solo un poco). A mis 14 años yo me enamoraba del amor, igual que ahora pero menos real. Estaba enamorada del hecho de recibir cada quince días una carta escrita de su puño y letra (tenía una caligrafía hermosa de colegio técnico y dos años más que yo). Mauro soñaba con encontrarnos un día en Buenos Aires y que lo llevara a conocer Plaza de Mayo, como la canción de Sabina. Los sobres venían con estampillas de mariposas y paisajes hermosos que él compraba específicamente para enviarme sus cartas. Apenas terminaba de leerlas buscaba papel y lapicera y le respondía con felicidad todas sus preguntas contándole del colegio, de mi familia, de mis gatos. Le mandaba dibujos, poemas, canciones. Un día, despúes de 15 cartas, Mauro me escribió que en un mes existía la posibilidad de que viniera a Buenos Aires. No la respondí. La posibilidad de que se materializara en mi puerta me dió pánico y luego de una segunda carta muy preocupado por mi falta de respuesta, le escribí que la vida tenía vueltas inexplicables, que otra persona había ganado mi corazón y mis pensamientos, que no quería lastimarlo ilusionándolo con un amor imposible y distanciado. Nunca más recibí una carta suya y ya nunca llegó correo a mi nombre por debajo de la puerta. Todas sus cartas están guardadas en un gran sobre papel madera para que me acuerde de ellas un día como hoy.
Después llegó el mail y se terminó la magia.
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