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2 de junio de 2014
El cielo sin Dragón
Miro desde mi torre el paisaje que despierta. Recuerdo, como lo hacía antes, su calor entre mis manos, las huellas de mis dedos quémandose ante su contacto. El ronroneo ronco de su presencia sobre mi pecho, su respiración acompasada de los sueños tranquilos, cuando todo su ser reposaba en mi cuerpo. Escruto el cielo vacío de la enorme presencia del Dragón, las habitaciones rebozando de libros mágicos que leía cuando sus escamas contenían mi propio ser, cauteloso, firme, insistente. Reminiscencias del olor fresco de la hierba verde me llenan la memoria, antes que se quemara todo, antes de que solo fuese un negro pastizal que yo misma incendié para que no volviera, para que su corazón de repiqueteo irregular latiera en consonancia con mi ausencia. A veces el frío se funde en mis sábanas y extraña su contacto mi piel erizada, mi paso corto y tranquilo para que no se asustara, las enormes llamas que prendía su fuego interior en el hueco de mi pecho.
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