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26 de diciembre de 2012
Herencia de familia
Tenía su mano agarrada. Fue justo cuando le dijeron que ya no habría remedio. Francisco sintió la mano sudorosa de Laura apretar la suya, y ante su sorpresa, no pudo más que mirarla de reojo y sentír un escalofrío subirle por la espalda. La calidez de aquella pequeña mano, la espontainedad de tomar la suya, lo hermosa, que pese a la tristeza, la hacía verse la luz blanca de la sala de espera, el pelo color trigo trenzado desprolijamente, los mechones finos que le caían sobre la frente, todo ella vibraba en aquel contacto, le vibraba en la piel desesperada por abrazarla, más solo podía apretar fuerte la mandíbula para no llorar y correr con la verguenza de que lo viera. Aturdido en el remolino de sus pensamientos, desprendió su mano de aquellos finos dedos que lo sujetaban. Ella lo miró con la boca entreabierta para decir algo que nunca se convirtió en sonido. Francisco la observó un momento, y también quiso decirle algo pero en cambio, salió corriendo hacia la puerta de salida mientras escuchaba a su espalda su nombre brotando de los labios de Laura. Corrió hasta la parte trasera de la clínica, un edificio que ocupaba una manzana y media y por tanto, llegó tropezando y agitado. Limpió la transpiración de su frente con la manga del antebrazo. El viento soplaba helado en aquel domingo de otoño. "Ningún paisaje más propicio para la muerte que éste" pensó, y se desataron los hilos de una vida de tormentos que lo hizo arrodillarse, porque la fuerza ya no lo sostenía, y llorar como un niño la mala suerte con que lo había condenado el destino desde su nacimiento. Cuando al fin pararon los espasmos del llanto, tenía los huesos de los tobillos entumecidos de la posición y sintió como agujas en los músculos al pararse. Las mangas del sweter estaban humedas y tenía las mejillas coloradas de llorar y secarse con la dura lana. Respiró profundo y se acomodó en un ademán inconciente, el mechón de pelo castaño oscuro que siempre caía sobre su frente. Tenía que volver. No sabía por dónde ni cómo enfrentar la situación descolocada en que había abandonado a Laura. Al volverse para emprender el camino, ella lo esperaba a unos cinco metros, lo miraba desde hacía un rato, casi había llegado al mismo tiempo pisandole los talones, más compuesta que Francisco porque hacía atletismo, pero con el corazón desbocado de los nervios y el remordimiento. Cuando lo escuchó llorar, con ese llanto tan hondo y desgarrador, no supo como acercarse, ni qué decirle, ni cómo consolarlo. Los dos se miraron un instante sin decirse nada. Ambos tenían los ojos rojos he hinchados. Francisco comenzó a caminar hacia ella, Laura no sabía que iba a hacer, seguramente la ignoraría como había hecho el último tiempo, y rememoró fugazmente esos días en que hablaban hasta la madrugada de todos sus sueños, cuando compartían secretos infantiles de pequeños tesoros, cuando sus padres estaban vivos y no tenían casi contacto. Luego su padre encontró en la madre de Francisco la salvación, según le dijo a su madre, quien los abandonó una tarde como ésa y probocó una penosa enfermedad en el padre de Francisco, el que ahora agonizaba en un habitación autera del 5° piso. Nadie tenía la culpa de aquel hecho, más que los propios protagonistas, pero Laura y Francisco se sentían responsables de las desventuras de sus padres, y no habían vuelto a hablarse hasta que el padre de él cayó internado. Laura sintió el rubor subir por su rostro a medida que él acortaba la distancia, y supo lo que tantas veces había negado, lo que tantas veces había escondido como un pecado, lo amaba. Lo amaba desde aquella felicidad ahora tan lejana, lo amaba en sus mañas y en sus chistes, en las veces que la había cuidado, hasta de sí mismo, como quiso explicar cuando dejó de hablarle. Las lágrimas brotaron en silencio bañando sus mejillas. La respiración tibia de Francisco le llegaba justo a la frente y era en las sienes y en la boca del estómago donde sentía latir su corazón apresurado. El levantó con su mano el rostro de Laura para que lo mirara, pero estaba avergonzada y no pudo corresponder a la quietud de los ojos de Francisco. "Mirame", le exigió en un tono más duro del que hubiese querido expresar. Cuando sus ojos se encontraron, vió en la inmensidad de sus negras pupilas todo el dolor, el mismo dolor que sentía en su pecho y en su cuerpo cansado de luchar contra lo mismo que Laura se negaba. Bajó su boca en busca de los labios entreabiertos de ella y la sintió temblar frente al contacto. Rodeándola con sus brazos la besó profundamente y la contuvo en un abrazo mientras le susurraba en la coronilla que lo perdonara y repetía una y otra vez su nombre. Laura liberó sus brazos atrapados entre los dos cuerpos, y lo estrujó contra el suyo. Era un alivio tan grande el que ambos compartían, una tristeza tan honda la que los había invadido hasta ese momento, que se quedaron abrazados hasta que el agua nieve les entumeció las orejas. A la mañana siguiente el padre de Francisco falleció agarrando la mano de su hijo. No volvió a saber nada de su madre, y en ese entonces tampoco quería hacerlo. Un mes después emprendió con Laura un viaje a lugares habitados de calidez y paisajes hermosos, desde donde rememoraron y rearmaron, la felicidad perdida.
14 de diciembre de 2012
David
Después de que volvimos de aquella tertulia, de la cual me sentía parte y me enorgullecía que el fuera testigo -David fue el primero en regar mi pastito interior, necesitaba que se diera cuenta que yo lo había seguido regando- su boca me encontró tan desprevenida como aquella vez, en que sentados en una plaza el elogió mis labios y yo lo miré, como había aprendido en mi universo de 16 años a mirar, con arrojo, con timidéz. Su boca fue el manjar con el que siempre comparé otros besos, y también lo fueron sus palabras y ese mundo que me enseñó justo cuando aprendía a mirar. Ahora, parados los dos en medio del living de mis 26 años, su boca seguía sabiendo a paraíso, a tiempo, a deseos creciendo en la carne y en la ansiedad que no tenía en aquella adolescencia, la ansiedad de recorer su piel y oler su aroma, de descubrir, de husmear ese cuerpo que resplandecía ante mí como un tesoro y con la sensación de que todos los amantes de mi vida me habían servido para encontrarlo, para verme en esos ojos que descubrían un nuevo yo. Me sumergí en la desesperación de tocarlo, de explorarlo como si lo hubiera perdido hace años y necesitara reconocerlo. El se entregó a mis deseos y placeres como un exclavo, dejando que mi cuerpo se acoplara al suyo, que mis manos reconociera su nuca y besara mis labios sus pestañas largas, hermosas y tupidas pestañas que soñaba hace años. Siempre pensé en vos, le dije, porque necesitaba confesarle su importancia y el milagro que consideraba haberlo encontrado en la causalidad plena de la vida. Su sonrisa acariciaba mis labios hinchados de besarlo. Me gusta tu pelo, mentí, y agarré un mechón enjambrado de rasta. Me miró un momento sonriente, y dijo como una sentencia: No te gusta mi pelo, te gusto yo - yo lo besé como si fuera a esfumarse en ese instante la magia. Toda la noche fueron míos su besos, y sus manos, y su boca carnoza, y el saber de sus pecas en la espalda que besé como si estampara mi deseo, lento, suave, fuerte, bravo.
La mañana siguiente nos encontró igual de animados, la realidad era aún más divertida que hacernos los tontos. Supe desde un principio que toda la suerte estaba echada, y que el destino había sido muy generoso, no se podía abusar. Como un conjuro, desapareció nuevamente de mi vida y yo seguí mis días pensando en la suerte de tener por una noche, el corazón en la boca.
La mañana siguiente nos encontró igual de animados, la realidad era aún más divertida que hacernos los tontos. Supe desde un principio que toda la suerte estaba echada, y que el destino había sido muy generoso, no se podía abusar. Como un conjuro, desapareció nuevamente de mi vida y yo seguí mis días pensando en la suerte de tener por una noche, el corazón en la boca.
1 de noviembre de 2012
Desencontrada
Dos segundos y un suspiro. No sé, tal vez sean cuatro o cinco segundos, dos o tres suspiros, qué importa. Es solo una manifestación de angustiosa soledad en el alma, así como mirar sin ver, o ver sin mirar (nunca supe cuál es la importante). Un reflejo en el espejo que evidentemente, sin dudas, sin aciertos tampoco, es el mío. Son mis ojos grandes, es mi boca píntandose de rojo, la sonrisa ensayada, el gusto por lo que veo. Pero quién lo hubiese dicho, no logro reconocer lo que no puedo ver, no escucho fluír la sangre por mis venas, parada esperando algo en alguna esquina. La risa es hueca y el ceño siempre está fruncido. Tengo las respuestas a todas las preguntas, debería de sentirme afortunada, pero eso es lo que sucede, no siento la felicidad desgarrarme la vida, no siento la voracidad del sol ni lo espacios que me hacían feliz. Ataca. Gruñe. Muerde. Despedaza. Dónde están mis palabras de amor? Dónde queda mi piel en este viaje? Qué pasó con mi pelo, con mi fuerza, con la pasión que encerraba en los besos, en las caricias? Dónde está mi verde esperanza, mi fuccia, mi azules? Por qué dejan los días que me llene de vacío? No puedo encontrarme, no sé dónde estoy, el viento me lleva, la lluvia me moja, la vida me pasa, así, tibiamente. Dónde estoy? Necesito volver. Necesito volver a mí. Reírme hasta que me duela panza. Estoy desperdiciando tiempo. ´
Estoy sola, parada en alguna esquina esperando algo. Tengo que ponerme a caminar. Tengo que dar el primer paso y empezar a correr hasta que no quede nada más que yo, y encontrarme.
Estoy sola, parada en alguna esquina esperando algo. Tengo que ponerme a caminar. Tengo que dar el primer paso y empezar a correr hasta que no quede nada más que yo, y encontrarme.
15 de octubre de 2012
El amor después del amor
No estaba mirando el mundo, solo había un punto rojo que apenas le dejaba mirar a su interlocutor. Podría haber sido cualquiera, no importaba mucho lo que estaba diciendo, porque no estaba bien decodificado, solo crecía en su interior la necesidad de rugir, de sacarse de adentro el zumbido constante de insectos comiendose su risa. Sentía la furia desparramada por las venas, por el torrente sanguíneo hasta nublarle la razón. Quería incendiarlo todo, destruírlo como una situación inevitable. Su propia voz le parecía demasiado tenue para la voracidad de su ira. El alarido se quedó atascado en la garganta y la fuerza de sus puños blanqueba los nudillos. Enfurecida. Odiosa. Irradiante de una ferocidad casi salvaje. Quería ser una tormenta que desvastara la propia creación de su persona, sin calma, sin tiempos, hasta que no quedara nada. El ceño fruncido, la mueca de fastidio zurcando la cara descompuesta en esa sensación incómoda y desconocida de desamor. Desde algún lado, tan lejano como había quedado su pasado, un pensamiento, alguien diciendo su nombre, un susurro de una voz que anhelaba, una mano tibia tomando su mano, un beso apretado cubriendo su boca, una risa, un abrazo, un recuerdo hermoso. Todo cayendo en un silencio sepulcral. De rodillas, lamió las últimas lágrimas que aún le cubrían el rostro. Suspiró estrepitosamente y se levantó de la sombra para sentír el sol entibiarle la piel y el alma. Ahora lo entendía, había que recrear lo que se había destruído.
7 de septiembre de 2012
Happyless
Se vistió despacio intentando hacer el menor ruido posible. No sabía como huir de ese lugar sin acarrear todas las preguntas que no quería responder. Sentía en la boca el sabor de la penas que empezaban a marchitar su corazón florido. Ahora la podredumbre inundaba de miserias la habitación, esa que ya no volvería a ver, y era casi un alivio. Ese ultimo pensamiento le hizo morderse el labio para no gritar. Había tanto de su alma desparramada en el piso, quería juntarla para llevarse todo, para que nada quedara en ese inhabitable rincón de un recuerdo con espinas. Era increíble como tanto amor podía transformarse en astillas y desangrarte por dentro, pensó, y sintió en el estómago toda la tristeza del universo clavarle un aguijón. Como el enojo es enemigo de la tristeza, quiso romper toda la habitación, despedazar la ropa, los cuadros, el centenar de cosas que compartían juntos, despertar a ese ser relajado sin conocimiento de la furia que se cernía sobre su vida y su cuerpo. Cómo podía dormir sabiendo que ya no habría nada? Cómo podía descansar cargando en su conciencia un corazón destrozado sangrando en sus manos? Miró su silueta con desprecio porque el dolor era demasiado grande para caer en el amor, y aún así, aún sabiendo que ya no habría nada que hacer, quiso que despertara y le impidiera irse, y no volver, no volver jamás esa fantasía inexistente de felicidad. Juntó sus zapatos y el resto de su ropa. No le alcanzaron las manos para llevarse algo más que la decepción. Seguramente el tiempo iría menguando su enojo, sanando su cuerpo de desamor, y recordaría que alguna vez, si fue suficiente, fue realmente felíz. Salió de la habitación sin volver a mirar nada. Agradeció que fuera de noche para no lamentarse de una última mirada a la casa, los muebles, el aroma. Cerró la puerta de calle con la única llave que tenía, y luego la lanzó lo más lejos que pudo de su vida. Se puso los zapatos y lloró sin pausa hasta la parada del colectivo y nunca más. Por la ventana, vió salir un sol enorme y casi sonrió. Mañana se dijo. Mañana, repitió.
8 de agosto de 2012
Aprendizaje
El niño aprende. Sus ojos se abren desorbitados para captarlo todo, para que nada se diluya más allá de su retina. Repite actos y voces, copia relaciones. Prueba, avanza y retrocede. El niño espía el paso apurado del adulto, aunque no sabe el término, aunque aún no entiende su significado, el niño manifiesta su aprendizaje. Pega si vió pegar, tira si vió tirar, ríe y llora. El niño consigue resultados y los optimiza, sabe como obtener lo que quiere, ha fallado, pero sabe como triunfar: Probará hasta que sea suficiente.
El niño es adolescente. Sufre el desinterés de sus padres, la mala predisposición del mundo a sus males. El adolescente se enamora. Se ve reflejado como en un espejo de agua sobre otros como el, otros que sufren y se ríen. El corazón late acelerado y su boca se desarma en un beso, su apresurado latir se derrama en la primera relación sexual. No consigue resultados, ha olvidado la fórmula. Ahora grita incomprendido.Tiene sueños que cumplir y ansiedad por vivir. El adolescente espía el paso apurado del adulto, aunque no sabe el término, aunque aún no entiende su significado, el adolescente manifiesta su aprendizaje. Ama si lo amaron, grita si le gritaron.
El adolescente es adulto. Tiene hijos que crecen. Se enoja y no entiende sus reacciones. Los ve caminar, llorar y reír las pocas horas que los ve despiertos. A veces trata de acercarse pero no sabe como hacerlo. El adulto se hincha de orgullo cuando los escucha decir su nombre, cuando aceptan sus decisiones en la rebeldía adolescente. El adulto duerme sin sueños. Cree amar pero a veces está más cansado que otros días. El adulto entiende la rutina como necesaria. A veces siente que lo espían en su mundo adulto, sabe el término, pero no entiende su significado. El adulto se mira al espejo en el paso del tiempo, piensa que la única fórmula para triunfar es trabajar. Se acuesta temprano, se levanta temprano.
El adulto es anciano. Le duelen los huesos. Ha trabajado toda su vida, repite sin parar, y se siente solo y olvidado. El anciano recuerda cuando joven y a veces tiene a quién contarle. El anciano pasa sus tardes mirando un árbol por la ventana y piensa. El anciano lamenta algo que no hizo, algo que le falta, algo que no entiende.
Siente que lo espían, pero los mira a los ojos. Antes de morir, el anciano sabe la respuesta: Siempre copió lo aprendido y se olvidó un poco de vivir.
El niño es adolescente. Sufre el desinterés de sus padres, la mala predisposición del mundo a sus males. El adolescente se enamora. Se ve reflejado como en un espejo de agua sobre otros como el, otros que sufren y se ríen. El corazón late acelerado y su boca se desarma en un beso, su apresurado latir se derrama en la primera relación sexual. No consigue resultados, ha olvidado la fórmula. Ahora grita incomprendido.Tiene sueños que cumplir y ansiedad por vivir. El adolescente espía el paso apurado del adulto, aunque no sabe el término, aunque aún no entiende su significado, el adolescente manifiesta su aprendizaje. Ama si lo amaron, grita si le gritaron.
El adolescente es adulto. Tiene hijos que crecen. Se enoja y no entiende sus reacciones. Los ve caminar, llorar y reír las pocas horas que los ve despiertos. A veces trata de acercarse pero no sabe como hacerlo. El adulto se hincha de orgullo cuando los escucha decir su nombre, cuando aceptan sus decisiones en la rebeldía adolescente. El adulto duerme sin sueños. Cree amar pero a veces está más cansado que otros días. El adulto entiende la rutina como necesaria. A veces siente que lo espían en su mundo adulto, sabe el término, pero no entiende su significado. El adulto se mira al espejo en el paso del tiempo, piensa que la única fórmula para triunfar es trabajar. Se acuesta temprano, se levanta temprano.
El adulto es anciano. Le duelen los huesos. Ha trabajado toda su vida, repite sin parar, y se siente solo y olvidado. El anciano recuerda cuando joven y a veces tiene a quién contarle. El anciano pasa sus tardes mirando un árbol por la ventana y piensa. El anciano lamenta algo que no hizo, algo que le falta, algo que no entiende.
Siente que lo espían, pero los mira a los ojos. Antes de morir, el anciano sabe la respuesta: Siempre copió lo aprendido y se olvidó un poco de vivir.
26 de julio de 2012
Melancolía
Cuando decido que ya es suficiente, que es necesario un cambio, que ya no se puede, que tiene que ser de otra forma, que no alcanza, que no lo merezco, que no lo quiero, cuando decido entonces que algo en mi vida debe ser modificado, mi cuerpo, que nunca ha sido bueno para acostumbrarse a los cambios bruscos, implosiona dentro de mi ser, se contrae, y recae, se enferma, se seca, se desploma, se hincha, se destruye, solo en el breve momento en que le permito la última melancolía de lo ya no será más que pasado.
17 de julio de 2012
Corazón de Tiza
En pleno recreo, escuchó con total asolamiento las palabras que ella pronunció rápidamente en su oído, para luego salir corriendo y dejar la estela de un suave perfume a gomitas de frutillas, que emanaban volando sus trenzas en la velocidad del trote.
En la clase de matemática, luego de varios llamados de atención por responder tres veces, literalmente, cualquier cosa ante la práctica división de 36 por 3, la maestra lo mandó a dirección.
Se levantó evitando mirarla, rojo de vergüenza como el tomate que su madre cortó al mediodía para la ensalada. A la salida del colegio, aliviado de no haber vuelto a la clase, gracias al castigo de esperar el enojo de su progenitora, rememoró con los ojos cerrados la sensación de cosquillas que le hizo su voz en el oído. Su madre interrumpió su ensoñamiento parada frente a él de brazos cruzados, esperando la misma explicación que luego le dio obligado a la maestra: No durmió bien a causa de una lectura furtiva de las últimas historietas de Batman, pese a que su madre lo hubiese prohíbido, lo que lo hizo distraerse de cansancio en plena respuesta del cálculo. Afortunadamente, ninguno de los mayores necesitó mayor justificación, y la sentencia fue la prohibición de postre en la cena de ése día, y la lectura fuera de horarios vespertinos. No le importó, solo quería llegar a su casa, y ponerse a pensar sin zapatillas, como era que María Laura del Pilar Senada; "Laurita", había decidido amarlo en pleno 4° grado. Tirado en la cama con las manos debajo de su cabeza, repasaba la imposibilidad de ser amado, en tan exagerado sentimiento, por la chica más linda de la clase. Imposible, repitió varias veces mientras respondía al pedido de su madre sobre ordenar su cuarto. Imposible, murmuró cada minuto y medio mientras buscaba las cosas que su madre le pedía traer en el supermercado y poner en el carrito de las compras. Imposible, repitió mientras se ponía el pijama y se comía el postre que su madre indulgente, le había permitido. Se durmió enseguida y cayó en un sueño profundo donde él se encontraba volando en una bandada de pájaros sobre un campo verde infinito, y era feliz con el viento despeinándole las plumas, luego bajaba en picada y se posaba en una ventana dónde veía, con total admiración, como "Laurita" se deshacía las largas trenzas.
Se despertó sobresaltado a la madrugada, y aunque aún sin creerlo, rogó que al llegar a la escuela, la niña de trenzas lo esperara para decirle que también él la amaba.
Antes de que su madre viniera a despertarlo, ya se encontraba con el impecable guardapolvo puesto, sentado en la cama con la mochila a su lado. El ceño fruncido de su madre lo alertó de estar realizando un comportamiento anormal, estoy enamorado, sentenció, y no le permitió emitir un solo sonido al respecto, deteniendo la risa de ella con la mano levantada y una mirada fulminante.
Al entrar al aula, se dirigió directo a su pupitre sin levantar la mirada, pero de reojo vio los zapatos con hebilla de charol de su pretendida. Toda la clase evitó mirar hacia su dirección, y en algún momento sintió pánico de que alguien más escuchara su corazón enloquecido. Cuando finalmente sonó el timbre del primer recreo, tenía la boca seca y le trasnpiraban las manos. Se acercó despacio hasta el lugar dónde la razón de sus nervios jugaba con dos amigas al Mensú (juego donde se golpean las manos con el compañero/s al son de una canción que nunca aprendió a jugar porque es de niñas pero siempre admiró la rapidez con que movían y palmeaban las manos). Su voz apenas fue un hilo de sonido, "María Laura" dijo, pero nadie lo escuchó, "María Laura" repitió con voz firme, un poco más alto de lo que hubiera querido, y ella giró. No sonrió al verlo como él se había imaginado toda la mañana en sus fantasías, de hecho, ella lo miraba casi con enojo y en la comisura de sus labios el creyó identificar un poco de desprecio. Sebastián Nicolás, dijo ella mirándolo a los ojos, tan profundo como el sonido de su voz. Y así, en ese espacio interminable de tiempo, tomó aire y respondiendo a la dura mirada le dijo: Esta tarde mi mamá nos puede llevar a la heladería Geppetto, a la vuelta de tu casa si tus papás te dejan que te invite un helado. Acto seguido, giró sobre sus talones y huyó de las risitas animadas que surgieron de las amigas de Laura. El resto del día pasó sin novedades, y ante la falta de respuesta, su corazón fue marchitándose con el pasar de las horas. Ni bien tocó el timbre de salida, la vio levantarse y caminar sin mirar a nadie hasta la salida dónde su mamá la esperaba en el auto. Ahí vio muertas sus últimas esperanzas y se reprochó con suma angustia no haber reaccionado siquiera cuando ella le volcó su confesión. ¿Acaso podía esperar una mejor reacción después de no haber dicho nada? Imposible, casi gritó, imposible que estuviera pasando aquello. Disimuló sus ganas de llorar atrás de un ataque de tos, hasta que finalmente llegó a la casa y huyó a la seguridad de su cuarto. Luego de un rápido almuerzo y la excusa de hacer la tarea, se retiró cabizbajo a llorar mientras su madre dormía la siesta. Pero el teléfono sonó camino a su pieza y escuchó a su madre saludar al interlocutor con suma cortesía. Sebastián, la escuchó llamarlo, alguien quiere hablar con vos. La sonrisa de su madre lo desestabilizó y la miró con desconfianza mientras tomaba el tubo del teléfono. Hola? dijo sin ganas, y la voz de María Laura del Pilar Senada, le respondió con un "hola" y luego cortó el teléfono después de decirle que la pasaran a buscar a las 4 y que tenía hasta las 6 porque luego iría a casa de su abuela. No hubo nadie más feliz en el mundo que Sebastián en ese momento. Apenas eran las 2 de la tarde y su ansiedad por el tiempo que faltaba, pusieron de horrible mal humor a su madre, que así y todo, ayudó en el peinado, la elección de la ropa y la distribución del perfume. A las 4 en punto tocaba el timbre de los Pilar Senada. Estaba tan nervioso que cuando Laura traspasó la puerta como una visión con sus trenzas con moños, Sebastián solo atinó a tomarla de la mano y caminar un poco más adelante de su madre y la que él deseaba fuera su suegra, aunque no entendía muy bien qué significaba esa palabras. Ambas iban comentando divertidas lo lindo que se veían juntos, pero ellos no prestaban atención, sus manos entrelazadas se agarraban fuerte, y sus corazones latían desbocados. Durante el helado, durante la caminata de vuelta y durante la despedida, no se dijeron ni una palabra, solo se miraron, se observaron, se estudiaron y se amaron como aman los niños: presurosamente, atolondradamente, fugazmente. Fueron novios dos semanas, comieron 3 helados, 4 chupetines, 16 caramelos, 2 alfajores y 4 chocolatadas. Después, él empezó a jugar a la pelota, y ella a coleccionar papel de carta. Terminaron el colegio y el verano los encontró lejos, separados y felices en su infancia, en los años posteriores se transformaron en grandes amigos, hasta que fueron distanciándose al comenzar la secundaria. Ya mayores, él aún conservaba un papel de caramelo en forma de corazón pegado en la puerta de su placard, regalo de ella una tarde en el parque, ella guardaba una flor seca en su diario íntimo, que él robó de un cantero porque ella la quería. Ambos se recordaban y se sonreían en la distancia cómplices de un amor corto y silencioso, de una amistad más extensa y finalizada, pero feliz. El tiempo pasó, y no volvieron a verse.
En la clase de matemática, luego de varios llamados de atención por responder tres veces, literalmente, cualquier cosa ante la práctica división de 36 por 3, la maestra lo mandó a dirección.
Se levantó evitando mirarla, rojo de vergüenza como el tomate que su madre cortó al mediodía para la ensalada. A la salida del colegio, aliviado de no haber vuelto a la clase, gracias al castigo de esperar el enojo de su progenitora, rememoró con los ojos cerrados la sensación de cosquillas que le hizo su voz en el oído. Su madre interrumpió su ensoñamiento parada frente a él de brazos cruzados, esperando la misma explicación que luego le dio obligado a la maestra: No durmió bien a causa de una lectura furtiva de las últimas historietas de Batman, pese a que su madre lo hubiese prohíbido, lo que lo hizo distraerse de cansancio en plena respuesta del cálculo. Afortunadamente, ninguno de los mayores necesitó mayor justificación, y la sentencia fue la prohibición de postre en la cena de ése día, y la lectura fuera de horarios vespertinos. No le importó, solo quería llegar a su casa, y ponerse a pensar sin zapatillas, como era que María Laura del Pilar Senada; "Laurita", había decidido amarlo en pleno 4° grado. Tirado en la cama con las manos debajo de su cabeza, repasaba la imposibilidad de ser amado, en tan exagerado sentimiento, por la chica más linda de la clase. Imposible, repitió varias veces mientras respondía al pedido de su madre sobre ordenar su cuarto. Imposible, murmuró cada minuto y medio mientras buscaba las cosas que su madre le pedía traer en el supermercado y poner en el carrito de las compras. Imposible, repitió mientras se ponía el pijama y se comía el postre que su madre indulgente, le había permitido. Se durmió enseguida y cayó en un sueño profundo donde él se encontraba volando en una bandada de pájaros sobre un campo verde infinito, y era feliz con el viento despeinándole las plumas, luego bajaba en picada y se posaba en una ventana dónde veía, con total admiración, como "Laurita" se deshacía las largas trenzas.
Se despertó sobresaltado a la madrugada, y aunque aún sin creerlo, rogó que al llegar a la escuela, la niña de trenzas lo esperara para decirle que también él la amaba.
Antes de que su madre viniera a despertarlo, ya se encontraba con el impecable guardapolvo puesto, sentado en la cama con la mochila a su lado. El ceño fruncido de su madre lo alertó de estar realizando un comportamiento anormal, estoy enamorado, sentenció, y no le permitió emitir un solo sonido al respecto, deteniendo la risa de ella con la mano levantada y una mirada fulminante.
Al entrar al aula, se dirigió directo a su pupitre sin levantar la mirada, pero de reojo vio los zapatos con hebilla de charol de su pretendida. Toda la clase evitó mirar hacia su dirección, y en algún momento sintió pánico de que alguien más escuchara su corazón enloquecido. Cuando finalmente sonó el timbre del primer recreo, tenía la boca seca y le trasnpiraban las manos. Se acercó despacio hasta el lugar dónde la razón de sus nervios jugaba con dos amigas al Mensú (juego donde se golpean las manos con el compañero/s al son de una canción que nunca aprendió a jugar porque es de niñas pero siempre admiró la rapidez con que movían y palmeaban las manos). Su voz apenas fue un hilo de sonido, "María Laura" dijo, pero nadie lo escuchó, "María Laura" repitió con voz firme, un poco más alto de lo que hubiera querido, y ella giró. No sonrió al verlo como él se había imaginado toda la mañana en sus fantasías, de hecho, ella lo miraba casi con enojo y en la comisura de sus labios el creyó identificar un poco de desprecio. Sebastián Nicolás, dijo ella mirándolo a los ojos, tan profundo como el sonido de su voz. Y así, en ese espacio interminable de tiempo, tomó aire y respondiendo a la dura mirada le dijo: Esta tarde mi mamá nos puede llevar a la heladería Geppetto, a la vuelta de tu casa si tus papás te dejan que te invite un helado. Acto seguido, giró sobre sus talones y huyó de las risitas animadas que surgieron de las amigas de Laura. El resto del día pasó sin novedades, y ante la falta de respuesta, su corazón fue marchitándose con el pasar de las horas. Ni bien tocó el timbre de salida, la vio levantarse y caminar sin mirar a nadie hasta la salida dónde su mamá la esperaba en el auto. Ahí vio muertas sus últimas esperanzas y se reprochó con suma angustia no haber reaccionado siquiera cuando ella le volcó su confesión. ¿Acaso podía esperar una mejor reacción después de no haber dicho nada? Imposible, casi gritó, imposible que estuviera pasando aquello. Disimuló sus ganas de llorar atrás de un ataque de tos, hasta que finalmente llegó a la casa y huyó a la seguridad de su cuarto. Luego de un rápido almuerzo y la excusa de hacer la tarea, se retiró cabizbajo a llorar mientras su madre dormía la siesta. Pero el teléfono sonó camino a su pieza y escuchó a su madre saludar al interlocutor con suma cortesía. Sebastián, la escuchó llamarlo, alguien quiere hablar con vos. La sonrisa de su madre lo desestabilizó y la miró con desconfianza mientras tomaba el tubo del teléfono. Hola? dijo sin ganas, y la voz de María Laura del Pilar Senada, le respondió con un "hola" y luego cortó el teléfono después de decirle que la pasaran a buscar a las 4 y que tenía hasta las 6 porque luego iría a casa de su abuela. No hubo nadie más feliz en el mundo que Sebastián en ese momento. Apenas eran las 2 de la tarde y su ansiedad por el tiempo que faltaba, pusieron de horrible mal humor a su madre, que así y todo, ayudó en el peinado, la elección de la ropa y la distribución del perfume. A las 4 en punto tocaba el timbre de los Pilar Senada. Estaba tan nervioso que cuando Laura traspasó la puerta como una visión con sus trenzas con moños, Sebastián solo atinó a tomarla de la mano y caminar un poco más adelante de su madre y la que él deseaba fuera su suegra, aunque no entendía muy bien qué significaba esa palabras. Ambas iban comentando divertidas lo lindo que se veían juntos, pero ellos no prestaban atención, sus manos entrelazadas se agarraban fuerte, y sus corazones latían desbocados. Durante el helado, durante la caminata de vuelta y durante la despedida, no se dijeron ni una palabra, solo se miraron, se observaron, se estudiaron y se amaron como aman los niños: presurosamente, atolondradamente, fugazmente. Fueron novios dos semanas, comieron 3 helados, 4 chupetines, 16 caramelos, 2 alfajores y 4 chocolatadas. Después, él empezó a jugar a la pelota, y ella a coleccionar papel de carta. Terminaron el colegio y el verano los encontró lejos, separados y felices en su infancia, en los años posteriores se transformaron en grandes amigos, hasta que fueron distanciándose al comenzar la secundaria. Ya mayores, él aún conservaba un papel de caramelo en forma de corazón pegado en la puerta de su placard, regalo de ella una tarde en el parque, ella guardaba una flor seca en su diario íntimo, que él robó de un cantero porque ella la quería. Ambos se recordaban y se sonreían en la distancia cómplices de un amor corto y silencioso, de una amistad más extensa y finalizada, pero feliz. El tiempo pasó, y no volvieron a verse.
3 de julio de 2012
El admirador
Me maravillaba la pequeña arruga que surgía en la comisura de sus labios cuando se reía. Siempre reía, por lo que yo vivía maravillado, babeando por su voz, esperando en los rincones su mirada atenta. Es cierto que nunca recibí un trato diferencial, ni una mirada particular que dejara ver el amor secreto que sentía por mí, pues no lo había y yo lo sabía con total claridad. En el ataúd de mi timidez, su perfume llenaba mis pulmones y el corazón se me desbocaba de deseo. No me sentía digno de ser destinatario de el tono tranquilo de su voz, ni la agradable conversación que mantenía, con suma educación, con quién requiriera sus consejos, comentarios, o simplemente por el placer de sentirse cómodo y reconocido por esa deidad. Anonadado por su belleza y lo grandioso de esa impecable inteligencia femenina, me paseaba por la oficina buscando "la casualidad" de encontrarme en los mismos lugares. Con minutos de retraso, segundos cuando la ansiedad me carcomía, bajaba en el mismo ascensor, hacía la misma cola en la cafetería, fotocopiaba miles de hojas sin sentido, solo para verla desde el caparazón de mi anonimato.Una tarde en que la fortuna me encontró esperando, la ví pasar presurosa por el pasillo, quizás un poco desalineada, había notado como una bala la media corrida que bajaba como un surco, un poco más abajo de la rodilla. Escuché la puerta del baño de mujeres cerrarse de un portazo, y luego un cuchicheo femenino en ascenso que llego a mis oídos. Al parecer su novio (por suerte no hubo testigos frente a mi cara desgarrada de dolor, lógico, tenía novio), la había abandonado por teléfono, el muy cobarde, el muy engendro, bicho canasto insignificante, desperdicio del universo, miseria de la vida, abandonar a esa Venus de Milo de carne y hueso, a esa maravilla de la creación, a esa mujer impecable y completa. Moría de rabia y de asco por aquel sujeto que con tal atrevimiento, había dejado en evidencia la humanidad humillada de ese milagro de persona. Me levanté balbuceando insultos de gran imaginación y creatividad, pues no encontraba las palabras exactas para describir el malestar que ese hombre desconocido me causaba. Sin pensar, llegué a la puerta del baño donde un grupo de mujeres se encontraba agolpado discutiendo los pormenores del último chisme. Con la mano en el picaporte, fulminé con la mirada, una mirada desconocida hasta para mí, a una muchacha regordeta dispuesta a protestar por mi irrupción al baño de mujeres. Al entrar, escuché el llanto contenido, y vi por debajo del box los delicados pies cruzados. A su alrededor, un montón de bollos de papel evidenciaban el acompañamiento de esa agua mocosa tan molesta a la hora de sufrir. Apoyé mis manos y la cabeza en la puerta cerrada para acercarme más, para poder escuchar su respiración agitada, los sollozos desgarradores de un corazón partido. No dejé que sus palabras me interrumpieran y desaté sin pausa la sarta de elogios contenidos que había acumulado durante años, y entre medio, confesé mi amor aniñado de admiración inmaculada. No sé cuanto tiempo mi corazón expuesto creció ocupando todo el baño, pero cuando ya no tenía nada más para decir, me percate que ya no lloraba. Hice una pausa, y cuando iba a empezar a hablar de nuevo, ya sin saber qué decir, la puerta se abrió. Me miró con los ojos hinchados, el maquillaje corrido, la ropa desarreglada, pero la frente altiva y una sonrisa deslumbrante que le iluminaba la cara. Se acercó, tomo mis manos entre las suyas, y besó mis palmas, y la punta de mis dedos y el dorso de ambas manos. Me besó dos veces en la mejilla y susurró unas cuantas veces gracias. Suspiró, se acomodó como pudo la imagen, y salió del baño.
No la volví a ver. No sufrí su partida, había sido tan fuerte el desahogo pegado a la puerta de cubículo en el baño, que toda mi alma se desarmó como si fuera de agua por mis dedos, volviéndose a armar con más ímpetu y seguridad. Esa noche dormí mejor que todas las noches de mi vida en que rogaba soñarla. Al día siguiente en la oficina, resplandecía de placer en mi secreto: Yo fui el que la hizo sonreír, aunque nunca supo mi nombre.
No la volví a ver. No sufrí su partida, había sido tan fuerte el desahogo pegado a la puerta de cubículo en el baño, que toda mi alma se desarmó como si fuera de agua por mis dedos, volviéndose a armar con más ímpetu y seguridad. Esa noche dormí mejor que todas las noches de mi vida en que rogaba soñarla. Al día siguiente en la oficina, resplandecía de placer en mi secreto: Yo fui el que la hizo sonreír, aunque nunca supo mi nombre.
5 de junio de 2012
Naturaleza viva
Soy como una larva, durmiendo en tus dedos, acurrucada como un bichito bolita detrás de tu oreja, un paseo por tu cuerpo como un cienpiés, sumergiéndome en tu boca como un cardumen, olizqueando tu pelo como un perro curioso, ronroneando en tus manos como un gato, mordiéndote el cuello como un murciélago, abrazándote las piernas como un oso, un ejército de hormigas durmiéndote los pies, miles de mariposas besando tus labios, soy como un manantial cayendo en tu espalda.
21 de mayo de 2012
Reconocimiento
Se levantó con el humor pasado por agua, igual que el día gris que se aproximaba a pasos agigantados sobre su espalda. La calle la esperaba llena de charcos peligrosos con agua embarrada a punto de adentrarse por sus zapatos rotos, el otro único par de otro par que también estaba roto. "El invierno hace todo más cruel", pensó frunciendo el ceño a lo que parecía una desgracia.Refunfuñando en voz inaudible, escuchó como a lo lejos, un sonido peculiar quizás reconocido en el pasado, pero difícil de identificar. Intentó aguzar el oído pero no logró dar con el motivo, ni con el tipo y menos con el lugar de dónde provenía. Empezó a revolver la casa, debajo de la cama, del sillón, adentro de la heladera, de los placares, dentro de los frascos, se asomó por la ventana, pero nada, el sonido seguía presente en la misma frecuencia. De pronto detuvo la búsqueda, un cosquilleo a la altura del pecho la hizo reír, y la risa despertó su alma adormecida, y le dió brillo a los ojos y al pelo, se sintió hermosa. Azorada por el cambio repentino tocó el lugar estremecido de su piel, sitió bajo el pulso de los dedos aleteos frenéticos que le zumbaron en los oídos. Y el sonido hasta entonces irreconocible, tomó forma. Se levantó la remera y del hueco que había dejado su corazón roto, salieron volando miles de mariposas de todos los colores y tamaños que llenaron toda la casa. Se pasó un rato largo mirando el ir y venir de semejante espectáculo inesperado. El reloj la devolvió al tiempo y bajó presurosa a la calle. En la puerta, una mano extendida la esperaba, una mano que besó aliviada de poder sostener. En el camino a su trabajo se fueron desparramando de amor las mariposas.
15 de mayo de 2012
Sombra
En la noche el grito agónico de amor y locura, del dolor y el espanto. Sin rojo en los labios y el vacío del corazón llenándolo todo. La espera de las horas sin risas, las flores marchitas en los floreros.
Tuve su mano en mi pecho y su voz susurrando entre dientes la furia incontenible, la furia quemando por dentro sus ojos verdes. Hubiese querido hacerle olvidar el precipicio donde quería desplegarse y caer, dónde todo se apagaría finalmente y ya no habría nada. Sería parte del espacio y las partículas. Y yo no podía hacer nada, porque realmente no podía sino mirarla, y tocarla, y besarle el pelo, y los moretones, y las lágrimas redondas que caían por sus mejillas.
Tuve su mano en mi pecho y su voz susurrando entre dientes la furia incontenible, la furia quemando por dentro sus ojos verdes. Hubiese querido hacerle olvidar el precipicio donde quería desplegarse y caer, dónde todo se apagaría finalmente y ya no habría nada. Sería parte del espacio y las partículas. Y yo no podía hacer nada, porque realmente no podía sino mirarla, y tocarla, y besarle el pelo, y los moretones, y las lágrimas redondas que caían por sus mejillas.
Las flores de mi balcón
Desde mi florido balcón veo su torre. Tan oscura como brillante, dependiendo del ángulo que se vea.
Su mirada siempre fija en mi ventana como un faro, una guía que me llama y me lleva. A veces despierto en medio de la noche sonrojada por el roce de sus besos. Un sueño, me repito, aunque siento palpitar sus labios en mi boca. Nada puede apartar mi pensamiento de su erguida figura, su espera inalterable, su tenacidad en el seguimiento de mi vida. Lo espío entre las cortinas que revolotean por los días, lo sigo con mi inquietud, con la curiosidad que me despierta su mente alerta. Sólo desde la distancia puedo mirarlo, llena de miedo en mi alto balcón. Miedo a mi corazón desbocado, a mis palabras presurosas, a promesas que no pueda cumplir. Miedo a las traiciones de mi propia alma, de mis manos cansadas de revolver y de buscar. Pero cuando cae la noche, mi voz lo llama en la penumbra, sus labios besan las cicatrices de mis manos, y su cuerpo es un reposo silencioso donde el tiempo no existe, donde mi cuerpo no es más que la continuación del suyo como los negativos de una fotografía.
Todo. Y luego una nada que se llena de a poco, desde mi florido balcón dónde las flores se marchitan.
Su mirada siempre fija en mi ventana como un faro, una guía que me llama y me lleva. A veces despierto en medio de la noche sonrojada por el roce de sus besos. Un sueño, me repito, aunque siento palpitar sus labios en mi boca. Nada puede apartar mi pensamiento de su erguida figura, su espera inalterable, su tenacidad en el seguimiento de mi vida. Lo espío entre las cortinas que revolotean por los días, lo sigo con mi inquietud, con la curiosidad que me despierta su mente alerta. Sólo desde la distancia puedo mirarlo, llena de miedo en mi alto balcón. Miedo a mi corazón desbocado, a mis palabras presurosas, a promesas que no pueda cumplir. Miedo a las traiciones de mi propia alma, de mis manos cansadas de revolver y de buscar. Pero cuando cae la noche, mi voz lo llama en la penumbra, sus labios besan las cicatrices de mis manos, y su cuerpo es un reposo silencioso donde el tiempo no existe, donde mi cuerpo no es más que la continuación del suyo como los negativos de una fotografía.
Todo. Y luego una nada que se llena de a poco, desde mi florido balcón dónde las flores se marchitan.
12 de mayo de 2012
Zig zag
Zig zag, zig zag. Camino como un borracho y escucho el eco de mis zapatos, cuando no lo tapa mi voz.
Zig zag, zig zag. Las paredes y las puerta se van abriendo de par en par, apenas puedo distinguir el horizonte, el saxo, la trompeta, el sexo, la cabeza. Voy andando de a poco, corriendo, tropezando, bailando, siempre en zig zag, zig zag.
Zig zag, zig zag. Yendo y viniendo.
Así, como la felicidad.
Zig zag, zig zag. Las paredes y las puerta se van abriendo de par en par, apenas puedo distinguir el horizonte, el saxo, la trompeta, el sexo, la cabeza. Voy andando de a poco, corriendo, tropezando, bailando, siempre en zig zag, zig zag.
Zig zag, zig zag. Yendo y viniendo.
Así, como la felicidad.
9 de mayo de 2012
Cambio
Tenía un zumbido constante en la oreja izquierda, como el aleteo de una conversación borrosa por la distancia o el ruido. La punta de los dedos era un cosquilleo de hormigas coloradas mordiéndome la piel, despacito, sin doler. Se me cruzaba por la cara una sonrisa sospechosa, rara, de esas que hacía mucho no me distinguía y al cruzar la puerta, el corazón galopó como un pálpito. El tiempo se detuvo en el temblor casi incontrolable de las rodillas, y en la columna vertebral podía sentir el frío nervioso de lo inminente. Mentalmente abrí los brazos y me lancé en palomita desde un precipicio donde la velocidad de la caída me despeinaba la piel y las ideas, pude sentir en mis pulmones el aire perfumado de las esperas concretadas y al fín, el agua del cambio y las decisiones me alivió el cuerpo como un bálsamo. El futuro fue entonces una puerta que se abrió de par en par y en mi bolsillo brillaba lustrosa la pequeña llave.
6 de mayo de 2012
Realidad
Fue solo un momento, como un estallido encubierto. Pese a lo que hablábamos, nada tenía que ver con lo que había descubierto. La cabeza iba a más velocidad que el entendimiento, recorriendo sin parar todos los hechos, todas las pruebas. Si hubiese estado más cerca, me hubiese escuchado procesar la realidad que se abría, una vez más, de forma asombrosa. No era lo que quería, ni deseaba, ni esperaba. La vida se me había quedado quieta en las entrañas, un minuto, un momento para que pudiera escuchar lo que sentía. Mi voz llegó desde el pasado como un susurro, una grabación exacta de todo lo que había repetido sin parar, y la piel de la espalda se me erizó en la revelación. Ya no había nada que pudiera ocultar, desnuda frente a mi ser, la verdad resplandecía en la punta de mis dedos.
30 de abril de 2012
Otra Certeza
Pensé que bastaban los rosales sin rosas, la plantación exhaustiva de cactus con espinas, las excusas ridículas. Pensé que eran suficientes los bichos asquerosos que tiré por el camino, los pájaros que convertí en cuervos, la caradurés del raciocinio. Creía que bastaba el silencio y la distancia, los días y las horas de la espera. Creí que ya no era tiempo, que eran de sobra los resentimientos y fantasmas, que eran suficientes las cercas de terquedades. El problema fue cuando te creí que nada podía detener lo que habías empezado.
19 de abril de 2012
El gato que no fué, los caramelos, Camilo y el marciano
Cuando mi hermano me dijo que en su casa se había instalado un marciano, lo miré con la cabeza ladeada de costado y una media sonrisa que se traducía en "lo entiendo, te hace falta un gato", y le convidé un mate medio lavado y algo frío que era más una excusa para conversar que el invite de algo rico. Convencido de que un gato no podía solucionar su problema de un marciano tomando café con galletitas óreo, me invitó a su casa para que viera con mis propios ojos el habitante del espacio exterior que eligió, de todas las millones de casas desparramadas en la vía láctea, la casa de mi hermano. Más para demostrarle que mejor sería un gato naranja que inventar marcianos, me fuí un día con él desde el trabajo. Llegamos pasadas las cinco de la tarde, justo para merendar, y la verdad moría de hambre. Cuando entramos por el pasillo que antecede la puerta de entrada, noté que en el piso nadaban en el cemento unos barquitos de papel glacé. Cómo la magia es para mi familia más una cosa natural que una sorpresa, me ocupé más de los colores brillantes que del hecho de que estuvieran navegandose solos. Mientras ponía la llave en la cerradura, se dió vuelta y me dijo que ni naranja ni negro el gato, que ni perro ni canario, lo que él quería era un marciano, y estaba en la casa. Lo que necesitás es un buen mate le dije cruzando la puerta abierta, y abierta se me quedó la boca cuando efectivamente un ser de lo más extraño, se encontraba haciendo globos con papeles de caramelos como si hiciera origami con los dientes. La conmoción me duró una hora entera en el que el singular personaje en cuestión me cebó deliciosos mates amargos con un poco de gusto a tierra y me hizo masajes en el dedo meñique de los pies, cosa que aún no entiendo el sentido, pero me hizo ver todo color verde. Camilo iba y venía ríendose a carcajadas presentando como un mago todos los trucos que el marciano hacía mientras me miraba fijo, muy fijo, y se comía paquetes de óreo sin parar. Cuando se hizo de noche, me despedí en la puerta y al subirme al taxi le grité "Tenés razón, no es un gato, lo que necesito es un marciano!". Esa noche soñé con miles de pecesitos de colores hechos con papel de caramelos sugus que volaban por el aire. No había más marcianos, así que tuve que querer a dos gatos.
12 de abril de 2012
Lo confieso
Pongo los tickets de envases agarrados con imán en la heladera, pero nunca los llevo cuando voy al supermercado. Me enamoro de toda persona que tenga la capacidad de hacerme reír a carcajadas. Despúes de tender la cama tengo la necesidad de tirarme arriba. Me dan miedo la magnitud de los planetas. Veo dos veces antes de mirar. Me sacudo los pies en las pantorillas antes de entrar en la cama. La gente que no me cae bien es porque no me interesa. Siempre pongo contraseñas fáciles que nunca puedo recordar. Cada vez que ordeno mi casa paro cada 20 minutos a hacer media hora de ocio. Tengo la clara convicción de que los besos si no se dan, se pudren en la boca. Necesito comprarme "lo que sea" cuando cobro el sueldo. Siempre quiese tener el pelo largo y siempre me lo corté. Las traiciones me duelen menos porque las ignoro. Tengo "tareas" anotadas en miles de cartelitos que nunca hago. Cuando no quiero que escuchen lo que pienso, hablo sin parar. Junto miles de revistas y alguna vez, hago un collage. Siempre sueño con agua. Soy una vaga pero sé que las mejores cosas, se hacen con ganas. A veces quiero decir todo lo que pienso pero temo que se asusten.
6 de abril de 2012
Junta Directiva
Para tomar una decisión, mi interior se junta en una gran asamblea y expone el tema a tratar entre todos los que somos. Así, durante días, a veces semanas y quizás años, mi vida transcurre escuchando debates de cómo, cuándo y porqué es o no la mejor decisión. Entonces, mientras miro una película, mientras tomo mate, mientras me miro al espejo, mientras me visto y me desvisto de los días, en mi interior se arman consejos de guerra y de paz. Se cuelgan pancartas, se reparten folletos y a veces las discusiones son tán acaloradas que me obligan a prestar atención. Esas son algunas de las veces donde la gente me mira raro, como si me pasara algo y yo los miro desde algún rincón de la conciencia y repito: "Nada. No me pasa nada." porque es muy dificil explicar en qué parte de las grandes decisiones nos encontramos y sobre todo, la magnitud que implica decidir algo que, cómo toda decisión, nos va a cambiar la vida.
Lo duro de estas sesiones es cuando participa el corazón, que es un desaforado, que no entiende razones, que le gusta la aventura y no aprende, porque para memorizar lecciones está la cabeza, el corazón se ocupa de cosas más importantes y básicas como ponernos la piel de gallina.
Lo duro de estas sesiones es cuando participa el corazón, que es un desaforado, que no entiende razones, que le gusta la aventura y no aprende, porque para memorizar lecciones está la cabeza, el corazón se ocupa de cosas más importantes y básicas como ponernos la piel de gallina.
3 de abril de 2012
El presunto General y su Furia
En el campo florido de su interior, un fuego rojizo convierte en cenizas los verdes prados. Se arrastra como una ráfaga consumiendolo todo, enrrareciendo el aire perfumado. Desde lo más alto de su torre, el General mira su tierra desvastarce inmune a los pájaros en su vuelo desesperado. En los sembradíos se pudren las naranjas por su enojo y la frustración convierte las mariposas en cuervos. Inmutable, sus brazos descansan deatrás de su espalda, sus manos entrelazadas blancas de la presión, sienten los dedos clavarse en su piel. El calor del fuego le llega desde los más recónditos lugares de su ser. A punto de destruír su mayor creación, de secar el jugo dulce de su alma, cierra los ojos y una ráfaga de agonía le consume la piel, le roe el amor de su cuerpo esbelto, le quita la sonrisa y los sueños. Vencido hasta los huesos del bienestar de su propia furia, contempla con nuevos ojos la tierra negra y el silencio llenándolo todo. Ahora puede, otra vez, volver a sembrar terciopelo.
Imprevisto
Se olvidó la puerta entre-abierta y entró la fiebre y la duda. Se posaron en los rincones el polvo y la espera. Se movilizaron las cortinas de la pieza, sonaron los despertadores a la misma hora. Volaron en círculos las migas de la noche y todo fue un largo ruido de besos espaciados y roces de manos. Se sentaron en los sillones las risas y los susurros, se cocinaron en las ollas el amor y la tristeza. Asomado en la ventana el olvido despeinaba las plantas. Se derritieron los chocolates en los cajones, se embadurnaron de caramelo las sábanas, se derritió el hielo en el vacío de las copas, se oscurecieron las fotos, se abrieron los libros es las páginas marcadas. Se poblaron las paredes con las sombras de los amantes. No hubo minutos, ni horas. Sin tiempo para desaparecer cuando abrió la puerta, el recuerdo lo había llenado todo.
2 de abril de 2012
Fragmento
Tenía los pies en el agua. De lejos me llegaba la risa de mi madre, estruéndosa, divertida, feliz. Los renacuajos me rozaban la piel haciéndome cosquillas. El sol se traslucía por las ramas manchando el piso. En esa terminación de la primavera me imaginaba la pileta llena, el agua fría cubriéndome el cuerpo. Deseé que el tiempo pasara rápido y fuese verano.
Fue por desearlo tanto que nunca pude detenerlo.
Fue por desearlo tanto que nunca pude detenerlo.
26 de marzo de 2012
Desentendidos
No había forma; cuando Martín decía que estaba por llover y que el cielo se encontraba atestado de nubes negras, Sofía entendía que esa tarde no quería verla y suspendía el encuentro antes que él le dijera "vamos". Y mientras Sofía sacaba un pantalón de Martín de la soga comentando los años que tenía desde que se lo compró, él entendía que quería cambiarlo y se ponía durante una semana toda la ropa que ella detestaba. Sofía reía mucho, Martín pensaba que con él se aburría. Martín miraba revistas, Sofía pensaba que ya no le gustaba. Martín amaba a Sofía, y ella moría de amor por Martín, pero así y todo, el amor era un corazón enorme que todos los días inflaban y desinflaban los dos en la vida cotidiana. Sin embargo, cuando iban a la casa de los amigos, o los domingos en familia, Sofía empezaba una oración y Martín la terminaba. Sofía quería la sal y Martin se la alcanzaba sin que lo hubiera pedido. Pero cuando volvían abrazados caminando por la noche, Sofía decía que la noche estaba hermosa para caminar por la playa y Martín sentía que no podía complacerla y la besaba en la frente, justo despúes Sofía sentía que un vacío le carcomía el pecho de sentir que él la quería y no la amaba. Esa noche como tantas, dormían dándose la espalda.
Cuando el sol de la mañana se filtraba por la ventana, ella buscaba dormida sus pies, el tanteaba la cama buscando sus manos. Se despertaban a la hora y sin abrir los ojos, sin decir una palabra, sus cuerpos se entregaban al único lenguaje que les era mútuo, recorriéndose, contándose la vida en las caricias y suspiros, en gemidos y mordizcos, en dedos cruzados y palmas juntas. Vivían desentendidos y enredados. Felices de encontrarse en cada rito, peleados hasta las entrañas de desacuerdos. Mientras sus pies se tocasen, mientras sus manos se enredaran.
Cuando el sol de la mañana se filtraba por la ventana, ella buscaba dormida sus pies, el tanteaba la cama buscando sus manos. Se despertaban a la hora y sin abrir los ojos, sin decir una palabra, sus cuerpos se entregaban al único lenguaje que les era mútuo, recorriéndose, contándose la vida en las caricias y suspiros, en gemidos y mordizcos, en dedos cruzados y palmas juntas. Vivían desentendidos y enredados. Felices de encontrarse en cada rito, peleados hasta las entrañas de desacuerdos. Mientras sus pies se tocasen, mientras sus manos se enredaran.
25 de marzo de 2012
15 de marzo de 2012
Des- Inspiración
Mi blog triste y desolado me ve dudar frente al monitor. Se llena de ansias cuando empiezo a escribir, cuando de un soplo se llena la ventana de letras y comas, de puntos aparte que al final terminan en suspenso, y mi blog suspira, preocupado por una fuga de ideas, preocupado de un día ya no recibir más que una u otra visita espóradica que se lamente, como él, del silencio circundante y el avivamiento de un pasado que siendo suyo, no le pertenece. Mi blog se entristece de encontrarse solo y siempre anda guardando las entradas en borradores, quizas así retome un viejo escrito que solo vivió algunos renglones, pero así como se abren, las entradas se cierran con solo una frase inconclusa armada y borrada, esperada y deseada que solo termina en frustración. Mi blog me mira. Quisiera ser acedor de grandes historias, quisiera guardar en su cuerpo la prueba irrevocable de mis ganas de escribir, de plasmar en abecedario lo que mi mente sueña, lo que mi corazón anhela, lo que se despierta en mi piel.
Y junto a su silencio, mi silencio espera con el cursor titilando. Esperando. Deseando. Necesitando las palabras que armen la magia y un título encabece la entrada.
Y junto a su silencio, mi silencio espera con el cursor titilando. Esperando. Deseando. Necesitando las palabras que armen la magia y un título encabece la entrada.
29 de febrero de 2012
Recuerdo de un Amor
Cuando era pequeño, en los veranos, íbamos con mis amigos a una casita hecha con gomas viejas y pedazos de chapa que encontramos en un desarmadero abandonado. A la hora de la siesta, nos dábamos largos baños en una especie de lago que se había quedado estancado de una gran inundación cuando aún no había nacido. Cuando caía la tarde, mis amigos volvían a sus casas y yo me quedaba a esperarla. Me sentaba en la orilla y metía los pies en el río. Aguardaba en silencio que apareciera a mis espaldas y me saludara con un beso en la mejilla .Llegaba siempre a la misma hora y se desvestía rápido para zambullirse segundos después. Nadaba de espaldas y daba vueltas en el medio como una bailarina acuática. Recuerdo que los renacuajos me hacían cosquillas en la planta de los pies y ante mi molestia, su carcajada llegaba a mis oídos como el canto de una sirena. Y lo era, su voz me hinoptizaba tanto que iba a donde fuera, Cuando anochecía, mi padre me esperaba en el hall de nuestra casa y me sonreía cómplice de mi enamoramiento.
Su cuerpo fue mi primera fantasía a mis 10 años, donde imaginaba que era un corsario y la salvaba de terribles tormentos que ella premiaba con un beso húmedo. A veces tenía suerte y la imaginación se fundía con el sueño y podía tocarle los pechos redondos con la punta de los dedos. Me despertaba agitado con los calsoncillos mojados y rogando que mi hermana en la cama contigua no hubiese escuchado mis gemidos, si es que los hacía. Para Emilia, mi corta edad le parecía inofensiva, y hasta se burlaba de mi mirada lasciva al verla salir del agua con la ropa interior pegada al cuerpo. Después se sentaba a mi lado y hablábamos de los árboles, los insectos y la escuela. Nos reíamos hasta que el sol se ponía y ya su ropa estaba seca. Se levantaba y me rozaba la nariz con sus labios. La amaba tan profundamente como conocía los detalles de su vida. Dos veranos enteros la tuve para mí secretamente hasta que sentí que el amor me calaba los huesos como un cuchillo y me dolía la piel cuando en alguna oportunidad ella no llegaba. El tercer sol de diciembre que salió anunciando un calor de muerte, Emilia vino a contarme que se iba a la ciudad casada con Ramiro, estaba tan contenta que saltaba de un lado a otro y agarraba mis manos para dar vueltas. Cuando sentí que las lágrimas me llegaban a la comisura de los labios, huí de ella, de su amor hacia otro, de mis esperanzas y de sentirme el más estúpido de la tierra. Mi padre me vió entrar corriendo y tuvo la certeza de mi corazón roto cuando escuchó mi llanto desgarrado y me negué a recibirla. Recibí una carta por mes que nunca leí y tiraba cerradas frente a la súplica de mi padre por conservarlas, hasta que dejó de escribir. Que arrepentido estoy ahora de egoísta comportamiento, conmigo y con ella.
Meses completos me costó rearmar mi caracter alegre y soñador, aunque siempre me quedó la melancolía de las tardes en el lago al que no he vuelto desde entonces.
Nunca volví a verla. A veces, la brisa me trae el recuerdo de su risa y extraño desde la entrañas su beso en mi nariz.
Su cuerpo fue mi primera fantasía a mis 10 años, donde imaginaba que era un corsario y la salvaba de terribles tormentos que ella premiaba con un beso húmedo. A veces tenía suerte y la imaginación se fundía con el sueño y podía tocarle los pechos redondos con la punta de los dedos. Me despertaba agitado con los calsoncillos mojados y rogando que mi hermana en la cama contigua no hubiese escuchado mis gemidos, si es que los hacía. Para Emilia, mi corta edad le parecía inofensiva, y hasta se burlaba de mi mirada lasciva al verla salir del agua con la ropa interior pegada al cuerpo. Después se sentaba a mi lado y hablábamos de los árboles, los insectos y la escuela. Nos reíamos hasta que el sol se ponía y ya su ropa estaba seca. Se levantaba y me rozaba la nariz con sus labios. La amaba tan profundamente como conocía los detalles de su vida. Dos veranos enteros la tuve para mí secretamente hasta que sentí que el amor me calaba los huesos como un cuchillo y me dolía la piel cuando en alguna oportunidad ella no llegaba. El tercer sol de diciembre que salió anunciando un calor de muerte, Emilia vino a contarme que se iba a la ciudad casada con Ramiro, estaba tan contenta que saltaba de un lado a otro y agarraba mis manos para dar vueltas. Cuando sentí que las lágrimas me llegaban a la comisura de los labios, huí de ella, de su amor hacia otro, de mis esperanzas y de sentirme el más estúpido de la tierra. Mi padre me vió entrar corriendo y tuvo la certeza de mi corazón roto cuando escuchó mi llanto desgarrado y me negué a recibirla. Recibí una carta por mes que nunca leí y tiraba cerradas frente a la súplica de mi padre por conservarlas, hasta que dejó de escribir. Que arrepentido estoy ahora de egoísta comportamiento, conmigo y con ella.
Meses completos me costó rearmar mi caracter alegre y soñador, aunque siempre me quedó la melancolía de las tardes en el lago al que no he vuelto desde entonces.
Nunca volví a verla. A veces, la brisa me trae el recuerdo de su risa y extraño desde la entrañas su beso en mi nariz.
15 de febrero de 2012
Cuando uno lo mira, pareciera ser de hierro con candados de llaves escondidas. Grandes puertas de madera con estatuas góticas vigilando la entrada, o quizás en menos exagerado, una simple soga cercando su vida y un cartel donde se lee "no pasar". La sombra le vela los ojos y la boca, se lo ve en esa posición de atento general, erguida y vigilante. Nadie juega en su vereda, ni sonríe en sus jardines, ni distingue en él lo que otros quieren. Para todo él es silencio taciturno, gruñido, queja, descontento.
Sin embargo, cuando uno estira la mano, cuando él da permiso o se encuentra distraído, se puede tocar su corazón que late arrítmico, porque no sabe mandar, porque siempre siguió la ideas de arriba mientras plantaba terciopelo, donde uno pasa los dedos y se le eriza la piel. Muy porfundo su corazón suave tintinea, y endulza sus labios como jugozas naranjas y uno se olvida de los candados y las puertas, y los generales, y los silencios taciturnos. Ríendo a carcajadas, hasta que él vuelve a cerrar todo y hay que esperar que se distraiga o deje la puerta sin candado.
Sin embargo, cuando uno estira la mano, cuando él da permiso o se encuentra distraído, se puede tocar su corazón que late arrítmico, porque no sabe mandar, porque siempre siguió la ideas de arriba mientras plantaba terciopelo, donde uno pasa los dedos y se le eriza la piel. Muy porfundo su corazón suave tintinea, y endulza sus labios como jugozas naranjas y uno se olvida de los candados y las puertas, y los generales, y los silencios taciturnos. Ríendo a carcajadas, hasta que él vuelve a cerrar todo y hay que esperar que se distraiga o deje la puerta sin candado.
14 de febrero de 2012
8 de febrero de 2012
Del Blog : Gambluch in Love - Una maravilla de mi hermano-
Terapia Meteorológica con consecuencias colaterales alternas subacuaticas de indole dudoso con titulo largo
A veces cuando hay réquiem sueños,
Yo relampagueo y trueno
Soplo vientos y a cantaros lluevo
Ya exhausto de ese monumental ritual
Calmo llovizna y me duermo.
Al día siguiente me levantare sonrisa sol
Escampara el cielo con el aroma a tostadas
Llegare tarde a la oficina excusando fantasía
Y pondré cara de boludo cuando la gente diga
-Viste como se inundo Buenos Aires!...
19 de enero de 2012
Corazón Delator
No lo pude resistir y te puse mi corazón en una bandeja, que a penas de ser de plata, brillaba forrada en papel glacé. Latía incanzable ansiando tus manos y que le susurruras la calma, más no podía esperar y se desangró tiñendo el plateado, el piso y tus dedos. Gritaba de amor y de espanto. De desesperación y de celos. Cuando acallaba un poco los latidos te recitaba poemas y anhelos. Pobre corazón mío, desbocado en las palabras que se desparramaron en la fantasía, en el sueño de que pudieras entender, que pudieras ver como mi alma palpita ante tus pasos, ante tu presencia que mi corazón adora, que inventa encontrarte, que espera y espera que lo perdones.
No pude resistir la necesidad de dártelo, para que lo cuidaras y amaras, porque yo no puedo.
No pude resistir la necesidad de dártelo, para que lo cuidaras y amaras, porque yo no puedo.
17 de enero de 2012
Felicidad
Rodaron hasta quedar de cara al cielo. Las mejillas rosadas de la risa y la complicidad.
Le susurró su nombre al oído y no quiso mirarla por si se desvanecía, por si no era probable la magia y el encuentro. Ella le tomó la mano y la llevó a su pecho donde el corazón latía enloquecido.
El simple hecho de estar cerca, de poder sonreír sin palabras, de poseer el tiempo, el descubrimiento, las libertades dibujadas en el cuerpo, la despeinaban, la seducían. Quería besar esa boca entre el pasto, la noche infinita y los millones de susurros que la llevaron a encontrarla.
Le susurró su nombre al oído y no quiso mirarla por si se desvanecía, por si no era probable la magia y el encuentro. Ella le tomó la mano y la llevó a su pecho donde el corazón latía enloquecido.
El simple hecho de estar cerca, de poder sonreír sin palabras, de poseer el tiempo, el descubrimiento, las libertades dibujadas en el cuerpo, la despeinaban, la seducían. Quería besar esa boca entre el pasto, la noche infinita y los millones de susurros que la llevaron a encontrarla.
12 de enero de 2012
Melancólica mañana (que no debería ser)
Tengo una tristeza colgada del pulgar. Está atada a un hilo de seda que brilla en la oscuridad, cuando me despierto en la noche, cuando me acuerdo de los sueños que tejí, cuando pienso que es inutil sentir nada si ya no voy a verte. Y entretejida en el hilo, enredada en la tristeza, el enojo y la frustración juntan fuerzas, se me endurece la mirada y el alma se me vuelve piedra. Piedra que rompo y formo miles para tirar a las ventanas, para hacer "sapito" en los charcos donde mi reflejo es el mismo, donde mi imagen no ha cambiado con tu ausencia, donde puedo reír a carcajadas, sin dolor, sin culpa.
Algún día todo habrá pasado, y del pulgar colgará el sol que me hace brillar todas las mañanas, y podré mirar tus fotos sin sentir que en vez de corazón tengo un hueco.
Algún día todo habrá pasado, y del pulgar colgará el sol que me hace brillar todas las mañanas, y podré mirar tus fotos sin sentir que en vez de corazón tengo un hueco.
5 de enero de 2012
Amante
Quiero mis dedos recorriendo tu espalda, mis manos acariciando tu cintura. Tu piel que sé suave, que la anhelo suave, se me deshace en la boca de deseo.
Sueño con tus labios en los míos, en la urgencia de mi ser y de tenerte. Te visto y te desvisto en mis palabras, en los miles de susurros que imagina mi voz en tu oído, mientras te toco, mientras arrastro tu pelo hacia mi nariz y aspiro tu perfume, tu aroma que me embriaga y te miro como si nunca te hubiese mirado, porque nunca te he mirado de esta forma. No hay luna, no hay noche, ni tardes, ni nada, en el tiempo de mis besos tu cuerpo es el mapa, los huecos que atesoro, las manos que se entrelazan, que suspiran y recaen, en tu olor, en la curva de tu pecho, en el lóbulo de la oreja, en la boca que me llama, lo sé, desesperada. La punta de mi lengua en tu garganta, la respiración detenida, la exalación al fín del universo esperado. Del todo, de la nada y la explosión de tu cuerpo en el mío.
Sueño con tus labios en los míos, en la urgencia de mi ser y de tenerte. Te visto y te desvisto en mis palabras, en los miles de susurros que imagina mi voz en tu oído, mientras te toco, mientras arrastro tu pelo hacia mi nariz y aspiro tu perfume, tu aroma que me embriaga y te miro como si nunca te hubiese mirado, porque nunca te he mirado de esta forma. No hay luna, no hay noche, ni tardes, ni nada, en el tiempo de mis besos tu cuerpo es el mapa, los huecos que atesoro, las manos que se entrelazan, que suspiran y recaen, en tu olor, en la curva de tu pecho, en el lóbulo de la oreja, en la boca que me llama, lo sé, desesperada. La punta de mi lengua en tu garganta, la respiración detenida, la exalación al fín del universo esperado. Del todo, de la nada y la explosión de tu cuerpo en el mío.
Movimiento Planetario del DesAmor
En algún punto de la enorme galaxia, alguienes dejaron de creer en el amor.
Dejaron de creer en la compañía que tomaba sus manos y en el milagro de la conexión.
Hicieron cálculos matemáticos que revistieron todo de una obviedad absurda y realista.
Entonces los colores se volvieron primarios y las fotos fueron viejas y descoloridas.
La magia fue un truco ensayado simplemente por un mago sin gracia y retacón.
No importaron los años, ni los viajes, ni los besos en las camas y las puertas, ni todas las noches que soñaron el amor, la vida y las mañanas.
La boca de los desamados se volvieron desabridas, parecidas a mil otras, extrañas.
El corazón se arrugó como papel crepe pero nadie hizo flores. Nadie supo que pasó con la complicidad, con los recuerdos, con el elegirse "pese a todo", con el "nosotros" y las miradas que se compartían en los silencio y las verdades.
Y todavía se preguntan. Y todavía lo ambicionan. Y todavía creen que pueden creer, pero no ahora.
Dejaron de creer en la compañía que tomaba sus manos y en el milagro de la conexión.
Hicieron cálculos matemáticos que revistieron todo de una obviedad absurda y realista.
Entonces los colores se volvieron primarios y las fotos fueron viejas y descoloridas.
La magia fue un truco ensayado simplemente por un mago sin gracia y retacón.
No importaron los años, ni los viajes, ni los besos en las camas y las puertas, ni todas las noches que soñaron el amor, la vida y las mañanas.
La boca de los desamados se volvieron desabridas, parecidas a mil otras, extrañas.
El corazón se arrugó como papel crepe pero nadie hizo flores. Nadie supo que pasó con la complicidad, con los recuerdos, con el elegirse "pese a todo", con el "nosotros" y las miradas que se compartían en los silencio y las verdades.
Y todavía se preguntan. Y todavía lo ambicionan. Y todavía creen que pueden creer, pero no ahora.
4 de enero de 2012
Ey, You!
Listen to me. I know. You know it, right?
Yes. I know you. We will see. Soon.
Look at me. Look at me seriously.
Stay here, with me.
Kiss me.
Yes. I know you. We will see. Soon.
Look at me. Look at me seriously.
Stay here, with me.
Kiss me.
2 de enero de 2012
Un año nuevo en Cromañon
Una vez estuve en un lugar a donde nunca fuí. Era padre de hijos que no eran míos, era amiga de personas que nunca conocí, prima de un hijo de una tía que no tengo. Me consumieron los gritos de festejo por un fin de año en el que me encontraba muy lejos de ese lugar. Luego, los vítores se transformaron en ahogos y todo se hizo oscuridad. La transpiración olía a azufre como dicen que huele el infierno. Mis manos no pudieron sostener la manos de mis hijos, mis cuerpo se alejó de las voces conocidas arrastrado por otros cuerpos en pánico. Perdí el contacto de mis primos que no eran míos, oí el llanto de un hermano sin mi sangre. Sentí el frío en la nuca de la desesperación. De la puerta cerrada y las zapatillas perdidas. De los montones de pies asfixiando mi cordura, oprimiendo los días que perdieron los cientos de personas que nunca voy a conocer y que son lo que eran, para siempre.
Nunca estuve en ese lugar y nunca volveré a Cromañon, solo a llorarlos, solo a lamentarlos, solo a pensar que en otro lugar y que en ese mismo, estábamos todos atrapados en el infierno.
Nunca estuve en ese lugar y nunca volveré a Cromañon, solo a llorarlos, solo a lamentarlos, solo a pensar que en otro lugar y que en ese mismo, estábamos todos atrapados en el infierno.
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