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19 de diciembre de 2016

Posesión

Tendría que haberle dicho que se fuera cuando tuve la oportunidad, pero cómo hubiese podido?
Mi corazón lo necesitaba, y yo sabía que en este momento no había otro remedio más que su vida. La atracción que sentía por su espíritu me llevó a cometer las cosas más terribles. Lo hubiera dado todo por su vida, pero vivir se me hizo más preponderante en ese entonces. Ahora comprendo el peso de mis propias decisiones. Lo amaba mi alma desde el segundo exacto en que me miró. Él lo sabía. Hubo un acuerdo tácito en nuestras miradas, en la forma en que se acercó aquella noche. Caminaba hacia mí como un gato negro en las sombras, lo hacía con toda la conciencia de su poder sobre mí. Su propio destino dibujado en mi cara, el torrente de mi sangre excitada frente al solo hecho de olerlo. Siempre supe que él no me amaba. Sólo quería salvarme como siempre ha querido salvar a todas las cosas. Su bondad desmedida lo hacía caer en un narcisismo descabellado. El deseaba ser el motor del cambio, de las decisiones que lo hicieran a uno mejor. Rebozaba confianza en sí mismo. Había conseguido hacer de mí una criatura increíble. Sus ojos me miraban con la mayor admiración. Él alimentaba mis ganas de poseerlo mientras intentaba ganar contra mí todas las batallas. Tuve que haberlo tomado en ese momento. Tuve que haberlo poseído en ese instante en que supe que él lo quería, que quería mi ser por sobre todas las cosas, destruyendo toda la oscuridad que velaba mi mirada. Debería haberlo detenido, haber parado su acercamiento, su dependencia, mi propia naturaleza anhelando verlo caer y así y todo querer salvarlo. Recuerdo su respiración entrecortada, su corazón acelerado latiendo en la sien, en el cuello donde mi mano lo agarraba. Era mío al fin como nunca lo había sido. En su último suspiro compren dí con temor el sufrimiento adicional que me causaría. Ahora además de estar muerto, estaría solo.

Suspiro...Uno, dos, tres...

Me encontraste. Me topé con tus ojos mirándome fijo. La pregunta escapándose de la punta de mi lengua. Te nombro. Te siento meterte por mis poros y mis pensamientos. A veces descreo de sentirte, como si fueras un embrujo. Te toco para creerte cierto, para corroborar con mi mayor calma que la sombra que se va no es la tuya. Te veo sentado en todas las sillas de mi sala, acostado envuelto entre todas las sabanas, sacudido de los días, engendrado en el silencio que no dicen mis palabras. Palabras que brotan de mis manos, que se acurrucan en el hueco que ha dejado mi corazón en el pecho, y en tu pecho descansa mi mano, donde tus latidos hacen eco, despiertan la sangre, la sensación dormida de encontrar en tu mirada aquello perdido, casi olvidado, oxidado. Estás. Estoy. Estamos.
Soy. Sos. Somos. No hay pausa. Solo Sol y solo Luna, y la relatividad del tiempo que baila en mi palma cuando te beso, cuando muero un poco en el día, cuando reviven mi alma tus palabras.