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31 de agosto de 2011

El Malentendido

Ramiro viajaba en el 15 a las seis de la tarde. Colectivo que se iba vaciando parada tras parada a medida que iba pasando las avenidas, cosa que no sucede hasta que agarra Scalabrini Ortiz. Venía agarrado al caño del colectivo tarareando mentalmente un tema que había escuchado en la casa de Tano y lo vió. Un hombre que podría ser el tío Alberto lo miraba fijo en la parte delantera del colectivo separada por un escalón. Entre él y el hombre se interponían tres personas, una de ellas era una rubia que tenía buenas tetas. Se quedó dos segundos sosteniendo la mirada del sujeto que iba y venía entre su cara y ¿su bulto? Le estaba mirando el bulto. Qué le pasa a este pelotudo? Pensó. Y ya el tema se le había perdido y la rubia seguía parada en la puerta justo al lado del tipo que intentaba hacerle una seña mientras seguía repartiendo la mirada entre su cara y su bulto. Porque ahora estaba seguro que le miraba el bulto. Tres paradas más adelante el hombre se acercó a la puerta y tocó el timbre. Mientras el chofer abría la puerta lo miró y al llegar a la parada bajó del colectivo. Ramiro bajó sin pensarlo detrás de él. Lo corrió dos pasos y lo dió vuelta tomandolo del hombro al tiempo que le encestaba un derechazo en el tabique. El tipo gritó algo que no pudo entender y se tomó la naris que sangraba a borbotones. Ramiró salió disparado y corrió como un delicuente hasta que los pulmones no le dieron más. Eso fueron cuatro cuadras. Cuando llegó a la esquina, intentando calmarse empezó a tantatearse los bolsillos en busca de los cigarrillos cuando se dió cuenta al mirarse de lo que el tipo había gritado: Tenés la bragueta abierta!

La espera

Miró el reloj nuevamente. Esa sería la quinta vez en quince minutos. Ojala pudiera fumar, pensó. Solo uno para amortiguar la espera y así dejaría de comerse su cerebro la ansiedad. Un minuto, dos minutos, tres minutos. Sexta vez en mirar el reloj. Se levantó y salió dando zancadas de la casa. No cerró la puerta con llave. Paró un taxi en la puerta. Que milagro dijo apenas audible. Nunca encontraba un taxi tan rápido. Eso era una buena señal. Llegaba media hora antes. Media hora! Hubiese escuchado algunos temas más, se reprochó. Igual no los escuchaba. Solo el reloj. Unicamente el reloj para no pensar en nada. El reflejo en el espejo retrovisor le delvolvía un peinado "impecable" pensó. Dios. No iba a llegar nunca. Estar en el lugar ya acercaba más el momento. Por qué había elegido un lugar tan lejos de su casa? Quince cuadras más. Se bajaba en la puerta? No. Demasiado ansioso. Se bajaba ahora y caminaba. Tenía tiempo. Que le iba a decir? Le sudaban las manos.Pagó el taxi. Fuera del aire acondicionado del vehículo hacía un calor infernal. Cuántas cuadras tendría que caminar?Llegaría todo transpirado. Resoplando puso sus piernas a andar. Calculando llegaría cinco minutos antes. Todo un puntual caballero. Sería ella conciente del modo en que deseaba su aroma? Cómo resisitirse a esas pequeñas manos, a la sonrisa encendida, a la forma en que expresaba vehemente todas sus opiniones?
Cuando llegó, mas rapido de lo que había supuesto, ella ya estaba ahi. Miraba distraída la gente entrar al restorant donde esperaba al costado de la puerta. Lucía hermosa. Por alguna razón, corrió los ultimos metros que la separaban de ella. En ese momento ella giró la cabeza hacia donde el venía al trote y le sonrió. Ese gesto, ese simple gesto de que se alegrara de verlo fue suficiente. Frenó a centímetros de su naris y tomandola por los codos la atrajo hacía él y la beso. La besó suave pero firme. La besó con el tiempo que llevaba sobre sus espaldas el hecho de gustarle tanto. Aspiró su aroma profundamente. Ella no se movía, apenas en puntas de pie su rigidéz empezó a relajarse hasta que finalmente el cedió la fuerza de sus brazos y la miró. Tenía la respiración agitada y el corazón al galope.

Nostalgia

No recuerdo la voz de mi abuela Rosita, de hecho, no la recuerdo hablando. Sí recuerdo el loro en el patio que cantaba "La cucaracha". Coco se llamaba, si es posible que todos los loros se llamen Coco. Recuerdo la enredadera cubriendo las paredes de la casa. El fresquito de la sombra en verano. El olor a naftalina en los muebles, el cubrecama extrajero en azul y dorado. La porcelana pintada a mano en los muebles tallados. Su piel arrugada, sus anteojos grandes. El pequinés malhumorado que sobrevivió a un atropello y murió de viejo. El dulce de leche La Serenísma, marrón y azucarado esperando mi llegada. Los alfajores Jorgito en la vieja lata cuadrada de almacén. Los compra para vos, decía mi papá, igual que el dulce de leche. Si supiera que todavía me gustan tanto como cuando era chica.
Mi abuela hacía cosas por mí, me quería sin que yo me diera cuenta. No recuerdo su voz, ni su abrazo, ni que me contara historias ni me llevara a pasear, pero cuando mi mamá cortó el teléfono y me dijo a los ocho años de edad que se había muerto, lloré realmente por su pérdida. La ida de mi abuela Rosita fue el primer dolor de mi vida.

29 de agosto de 2011

Escuchame vos. Vení a interrumpir un poco mi rutina y el resto del día dejame en paz!

Desnuda el alma y el cuerpo

Hubiese querido, quizás, que no fuera cierto, quizás la misma discusión de siempre. El reclamo escapando por sus labios, las manos en puño de impotencia. Hubiese querido alguna mañana de desayuno tarde en el balcón, la llegada de los chicos. Su mirada de reproche ante el tejido de sueños imposibles y ese señor que no crece. Hubiese querido, quizás, que pudiera perdonarlo, que no bastara para arrancarlo de su pecho, para deshacerse del olor de su piel, del jugo de naranjas con frutillas, los dedos de miel. La mirada al tiempo que pasa sin pasar, detenido en la risa hueca del respiro. Hubiese querido, hace tanto... Quizás, pero ya no.

22 de agosto de 2011

Lunes 22

Yo lo leía y pensaba. Imaginaba lo que sentía cuando sus dedos daban en las teclas. Me llené los pulmones de todos los cigarrillos fumados mientras su alma se escribía de oración en oración, mientras se desparramaba entre     puntos y comas. Podía sentir el dolor, la duda, el descubrimiento, la decepción, la maravilla (no en ese orden, no esas cantidades). O al menos podía intentar percibir la curvatura de su espalda, los dedos tirando nerviosamente de su pelo negro. Y pensé: Ojalá ella lo haya leído.Ojalá el haya encontrado el significado de esas palabras. Ojalá esas etiquetas no fueran removidas. Y quizás por el lunes feriado, por ese medio sol tibio que apenas asoma por las persianas, quizás porque lo conozco más de leerlo que de escucharlo, supe, sentí y afirmé que realmente no entra en una sola entrada.

19 de agosto de 2011

El engaño del Yogurt y apología sexual

Te podría comer como a un helado. Sentir el frío dulce en la lengua. Bañarte en chocolate. Saborearte despacio mezclado con nueces y almendras. Chorreando por mis dedos. Derretido ante mi prisa por comerte. Acido, empalagoso, refrescante. Sabor tras sabor que despiertan mis sentidos. Si, podría comerte como un helado.

15 de agosto de 2011

Solo eso te quería decir...

Que soñé que viajabamos. Que ví tu cara en algún lugar. Algunos pájaros que quisimos liberar juntos. Tu risa a carcajadas derramada en las sabanas destendidas. La palabra que faltó sentir. El sentir que nunca encontré. El movimiento de tus manos aladas. La tierra que mis pies recorren para no encontrarte. Los pensamientos a tu mente. El llamado a la casualidad sin causa. Que nos fuimos pero siempre seremos. Que no me olvido.