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25 de agosto de 2014

Atendeme una cosita, una sola rápida y fugaz, como esas cosas que se dicen al pasar como susurradas, esas que quedan amontonadas en el oído del receptor o en la atención de los curiosos, de esas palabras como voladas que nacen de una boca y a veces no mueren en ningún lado, se pierden en el eter de los sonidos, tan existencial y sensible, tan moderamente bajo como para realizar el esfuerzo de captarlo, salvo que estés atento a este minúsculo y atemporal intento de que me escuches pensar que me muero por besarte.

11 de agosto de 2014

Por la noche de mis piernas te veo partir, llevarte las estaciones, irte en silencio donde te acompañan mis besos, donde aún te rodean mis palabras. Siento la arena y la tierra escurrirse por mis dedos, los días y las noches besando tu imagen, escuchando tu risa, deseando tus manos. Un sol enorme se cae en el horizonte,y un fuego que llega hasta mis pies entibia mis huellas, los pasos que dejo desvanecerse, fundirse en la tierra, y respiro, una honda bocanada de aire que me llena los pulmones, los recuerdos, la realidad que me invade las venas, que pone en ebullición mi sangre, el torrente de sensaciones que le dio vida a tu nombre, ese con que me apropié de las tardes, de las horas de tu presencia en mis días. Te veo irte, te dejo ir.
Sonrío. Fue hermoso.

2 de agosto de 2014

Mi jardín

Corté todas las flores para que nada más creciera. Quemé el pasto y planté malezas, pero la semilla persistía, raíces arraigadas en la tierra refulgían cuando menos lo esperaba. Sin embargo, insistía yo en mi arduo labor de eliminar el color y el perfume para poder, según decían, plantar mis propias flores. Más cortaba los tallos, más fuertes se volvían sus hojas, más intenso el perfume, más amargas mis malezas. Así estuve durante largos días con sus inacabables noches, hoz y pala destruyendo la creación espontánea que ami paso se sucedía. Hasta que una mañana, llenas de callos mis manos, llena de pena mi alma, amanecí deseando oler las flores plantadas en mi jardín, aunque no fueran mías, deseé su colorido resplandor, su verde intenso, sus maravillosos colores, la sensación aliviadora del pasto esponjoso sosteniendo mi cuerpo. Y en ese momento todo aquello me pareció ridículo y sin sentido: ofrecer mi felicidad al seco yuyo en vez de hacer mías las flores, en vez de regar el verde pasto y sentir el perfume acariciando mi nariz y mis dedos. Por cada maleza que arranqué, una semilla coloqué en su lugar, y espero el brote crecer, y lleno de deseo el agua con que riego las flores, que aunque no son todas mías, crecen en mi jardín.