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25 de noviembre de 2010

La Soledad - A pedido de Jimena Reichel

Ayer estaba sentada en el sillón de mi casa. No estaba sentada en el mullido sillón de dos cuerpos que ocupa la mayor parte del living. Apenas apoyada en el asiento, agarrada a los apoyabrazos como a punto de caer, pensé en aquello. Lo busqué en mi mente con significados repetidos. Referencias lógicas... La soledad no es otra cosa, según el diccionario, que la carencia de compañía. Y ahí me encontraba yo, sola. Una definición poco exacta de mi vida, si me permiten, porque aún rodeada de gente, sigo sintiéndome sentada en ese mismo sillón. Y entonces, la definición buscada para dar significado a este vacío pierde cualquier tipo de valor, es inverosímil. Porque qué sabe el dicionario de soledades? Qué sabe de camas vacías, de risas ausentes, de caricias con amor? Nada. No sabe nada. Acaso ustedes saben? Pueden expresar con palabras la voluntad que toma mi ser todos los días frente al espejo? Acaso ven ustedes su rostro reflejado como el mío con la vida a sus espaldas?
Mi vecina se llama Soledad. Pobre, pienso, llevar sobre su nombre toda esa carga. Se sentará ella también en su sillón a contemplar absorta el silencio de la casa? Quizás en la cocina mientras se bate el café, o frente al placard buscando que ponerse? Sentirá ese agujero negro en el pecho cuando se antepone el fracazo de no encontrarse en otro? Y egoístamente deseo que así sea, para no sentirme sola.
Hay quienes eligen la soledad, pero vamos, sabemos que esa es la buena, es la del respiro, la de la meditación, el acomodo, la iluminación; llamémosla de mil formas, todos sabemos que no es igual. Ojo, no quiero parecer una pobre sin remedio, ni que piensen que voy a quedarme esperando que la soledad me devore, pero... y si sí?. Y si no puedo escaparme de ese sillón?  La soledad que duele es acercarse a la certeza de que puede pasar que, al descuidarse, uno se quede solo. Los días pasarán como años y perderé mi imagen en el espejo. Dejaré de buscar rendida al silencio de mi propia compañía. La soledad se ha quedado abarrotada entre las puertas, sostenida con garras en mi almohada, abrojada al deseo de otro cepillo de dientes,  de otra voz que no sea la de mi propio silencio cuando me inunda una nostalgia,  que no distingo de donde nace pero arrasa sin pausa mis mañanas y agoniza en las noches en la palma de mis manos, en la punta de los pies fríos buscando refugio en la misma piel a la que pertenecen. Y ojalá no dure el frío. Ojalá la lluvia no azote mi ventana dos días seguidos. Ojalá ese sillón no sea más que un mueble. Ojalá... Golpean! Será Soledad?

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