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26 de marzo de 2012

Desentendidos

No había forma; cuando Martín decía que estaba por llover y que el cielo se encontraba atestado de nubes negras, Sofía entendía que esa tarde no quería verla y suspendía el encuentro antes que él le dijera "vamos". Y mientras Sofía sacaba un pantalón de Martín de la soga comentando los años que tenía desde que se lo compró, él entendía que quería cambiarlo y se ponía durante una semana toda la ropa que ella detestaba. Sofía reía mucho, Martín pensaba que con él se aburría. Martín miraba revistas, Sofía pensaba que ya no le gustaba. Martín amaba a Sofía, y ella moría de amor por Martín, pero así y todo, el amor era un corazón enorme que todos los días inflaban y desinflaban los dos en la vida cotidiana. Sin embargo, cuando iban a la casa de los amigos, o los domingos en familia, Sofía empezaba una oración y Martín la terminaba. Sofía quería la sal y Martin se la alcanzaba sin que lo hubiera pedido. Pero cuando volvían abrazados caminando por la noche, Sofía decía que la noche estaba hermosa para caminar por la playa y Martín sentía que no podía complacerla y la besaba en la frente, justo despúes Sofía sentía que un vacío le carcomía el pecho de sentir que él la quería y no la amaba. Esa noche como tantas, dormían dándose la espalda.
Cuando el sol de la mañana se filtraba por la ventana, ella buscaba dormida sus pies, el tanteaba la cama buscando sus manos. Se despertaban a la hora y sin abrir los ojos, sin decir una palabra, sus cuerpos se entregaban al único lenguaje que les era mútuo, recorriéndose, contándose la vida en las caricias y suspiros, en gemidos y mordizcos, en dedos cruzados y palmas juntas. Vivían desentendidos y enredados. Felices de encontrarse en cada rito, peleados hasta las entrañas de desacuerdos. Mientras sus pies se tocasen, mientras sus manos se enredaran.

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