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14 de marzo de 2014

Para saber mirar

Para saber que ves, repaso todos los lugares donde sé que se posaron tus ojos. Reviso, inspecciono, espío tu pensamiento ajetreado mientras forma de algún modo tu ser, una imagen de mi persona. De mí o de mi interior, que a veces es lo mismo, y tantas veces no. Intuyo en alguna verbalización el hilo de la madeja que forman tus comentarios, cuando me describen pura y armoniosa, cuando me intuyen sagaz, resbaladiza. En el espejo de tus palabras mi imagen crece y se transforma, habita las horas que recorren los días inagotables de conocerte, de descubrirte distraído en el verde, o el azul, o la pizca marrón que corona tu mirada. Me río y sonrojo, me miro verte ir y venir en los minutos que paso presurosa por detrás de tu espalda, por el rabillo de tus ojos, por la media sonrisa con que me sorprende tu avidez de verme descubierta mirando atentamente qué decís, que curva hace tu boca al explicarte, el movimiento de tus manos cuando acompañan tus cavilaciones. Escondidos en la ventana de un anonimato, frente a frente en los lugares elegidos, inundados de una conversación que no termina, que se recrea y condiciona en lo que somos, en lo que queremos ser, en lo que descomponemos de nuestras confesiones, inflexiones, conclusiones que se unen y desunen en lo cotidiano, en saberte tan posible e imposible, como mis ganas de retenerte, porque te encontré o me encontraste, porque no quiero ser sino ese lugar donde mirar el cielo, donde extender la mano abierta sobre el pasto, y hablarte, contarte como mis sueños se tejen y destejen entre la ansiedad y la vida, entre la espera y los relojes, entre tu cuidar, cuidarme, entre mi cuidar, cuidarte, sin razón más que la de acompañarte, acompañarme, y un tiempo que se deshace fugaz, y se ilumina cuando titila en mi mente tu nombre, y sé que estás ahí, que voy a verte, que vas a saber inevitablemente lo que siento, y que vas a sentir inevitablemente lo que pienso.

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