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3 de noviembre de 2014

A(dentro)D(e)N(osotros)

Lo miraba desde un rincón del restorant donde habían quedado en reunirse. Había pedido un café que inevitablemente se enfriaba mientras toda su atención estaba puesta en aquel hombre. Sentía el sudor en las manos como una película pegajosa y el corazón palpitando en la ansiedad y el miedo de haber cometido un error, de que las cosas no salieran como esperaba. Rondaba en su cabeza un recuerdo nítido de una mano tomando la suya, cubriendo sus dedos pequeños. Un segundo guardado en la memoria, sin sonido, sin espacio ni tiempo. Pero ahí estaba sentado. La espalda corvada enfundada en un suéter viejo, apelmazado por el tiempo y los lavados. Pensó que podría oler a naftalina, a cajones cerrados y la soledad que denotaba el descuido en su ropa. No quiso interrumpir el impulso que había tenido de ir hacia su encuentro, y tiro dos billetes suficientes para cubrir el café y la propina. Se paró al costado de su mesa y el levantó la cabeza para mirarla. Sus ojos se encontraron y puertas que creyó cerradas para siempre, se abrieron erizándole la nuca. Pudo sentir cada poro de su piel expandirse, y el vacío creciendo a su alrededor. No era una persona que no esperara, era tal y como lo había imaginado en todos esos años de ausencia;  fueron sus ojos los que la dejaron sin habla, la familiaridad de su mirada, el gesto conocido. Era su padre tan claramente como el gesto adusto que compartían su cara y su postura. Le pareció casi mágico reconocerse en otro ser humano con tanta familiaridad. Tenía tantas preguntas para hacerle, tantas esperanzas de que tuvieran finalmente una respuesta que les correspondiera. Su voz apenas fue un susurro cuando dijo su nombre, y un susurro respondió al saludo acompañado de unos ojos tristes y cansados, coronados con unas tupidas cejas entrecanas. La boca de su padre se curvaba en un gesto desacostumbrado parecido a una sonrisa. Mariana se sentó temblando con expectación, miedo, júbilo, y un remolino de sensaciones que le acariciaban la piel y el cuero cabelludo. Se miraron largo rato sin decirse una palabra. El estiró una mano lentamente hasta la suya, sintió su calor, la aspereza de la piel curtida por el trabajo.

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