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17 de enero de 2012

Felicidad

Rodaron hasta quedar de cara al cielo. Las mejillas rosadas de la risa y la complicidad.
Le susurró su nombre al oído y no quiso mirarla por si se desvanecía, por si no era probable la magia y el encuentro. Ella le tomó la mano y la llevó a su pecho donde el corazón latía enloquecido.
El simple hecho de estar cerca, de poder sonreír sin palabras, de poseer el tiempo, el descubrimiento, las libertades dibujadas en el cuerpo, la despeinaban, la seducían. Quería besar esa boca entre el pasto, la noche infinita y los millones de susurros que la llevaron a encontrarla.

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