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29 de febrero de 2012

Recuerdo de un Amor

Cuando era pequeño, en los veranos, íbamos con mis amigos a una casita hecha con gomas viejas y pedazos de chapa que encontramos en un desarmadero abandonado. A la hora de la siesta, nos dábamos largos baños en una especie de lago que se había quedado estancado de una gran inundación cuando aún no había nacido. Cuando caía la tarde, mis amigos volvían a sus casas y yo me quedaba a esperarla. Me sentaba en la orilla y metía los pies en el río. Aguardaba en silencio que apareciera a mis espaldas y me saludara con un beso en la mejilla .Llegaba siempre a la misma hora y se desvestía rápido para zambullirse segundos después. Nadaba de espaldas y daba vueltas en el medio como una bailarina acuática. Recuerdo que los renacuajos me hacían cosquillas en la planta de los pies y ante mi molestia, su carcajada llegaba a mis oídos como el canto de una sirena. Y lo era, su voz me hinoptizaba tanto que iba a donde fuera, Cuando anochecía, mi padre me esperaba en el hall de nuestra casa y me sonreía cómplice de mi enamoramiento.
Su cuerpo fue mi primera fantasía a mis 10 años, donde imaginaba que era un corsario y la salvaba de terribles tormentos que ella premiaba con un beso húmedo. A veces tenía suerte y la imaginación se fundía con el sueño y podía tocarle los pechos redondos con la punta de los dedos. Me despertaba agitado con los calsoncillos mojados y rogando que mi hermana en la cama contigua no hubiese escuchado mis gemidos, si es que los hacía. Para Emilia, mi corta edad le parecía inofensiva, y hasta se burlaba de mi mirada lasciva al verla salir del agua con la ropa interior pegada al cuerpo. Después se sentaba a mi lado y hablábamos de los árboles, los insectos y la escuela. Nos reíamos hasta que el sol se ponía y ya su ropa estaba seca. Se levantaba y me rozaba la nariz con sus labios. La amaba tan profundamente como conocía los detalles de su vida. Dos veranos enteros la tuve para mí secretamente hasta que sentí que el amor me calaba los huesos como un cuchillo y me dolía la piel cuando en alguna oportunidad ella no llegaba. El tercer sol de diciembre que salió anunciando un calor de muerte, Emilia vino a contarme que se iba a la ciudad casada con Ramiro, estaba tan contenta que saltaba de un lado a otro y agarraba mis manos para dar vueltas. Cuando sentí que las lágrimas me llegaban a la comisura de los labios, huí de ella, de su amor hacia otro, de mis esperanzas y de sentirme el más estúpido de la tierra. Mi padre me vió entrar corriendo y  tuvo la certeza de mi corazón roto cuando escuchó mi llanto desgarrado y me negué a recibirla. Recibí una carta por mes que nunca leí y tiraba cerradas frente a la súplica de mi padre por conservarlas, hasta que dejó de escribir. Que arrepentido estoy ahora de egoísta comportamiento, conmigo y con ella.
Meses completos me costó rearmar mi caracter alegre y soñador, aunque siempre me quedó la melancolía de las tardes en el lago al que no he vuelto desde entonces.
Nunca volví a verla. A veces, la brisa me trae el recuerdo de su risa y extraño desde la entrañas su beso en mi nariz.

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