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14 de diciembre de 2012

David

Después de que volvimos de aquella tertulia, de la cual me sentía parte y me enorgullecía que el fuera testigo -David fue el primero en regar mi pastito interior, necesitaba que se diera cuenta que yo lo había seguido regando- su boca me encontró tan desprevenida como aquella vez, en que sentados en una plaza el elogió mis labios y yo lo miré, como había aprendido en mi universo de 16 años a mirar, con arrojo, con timidéz. Su boca fue el manjar con el que siempre comparé otros besos, y también lo fueron sus palabras y ese mundo que me enseñó justo cuando aprendía a mirar. Ahora, parados los dos en medio del living de mis 26 años, su boca seguía sabiendo a paraíso, a tiempo, a deseos creciendo en la carne y en la ansiedad que no tenía en aquella adolescencia, la ansiedad de recorer su piel y oler su aroma, de descubrir, de husmear ese cuerpo que resplandecía ante mí como un tesoro y con la sensación de que todos los amantes de mi vida me habían servido para encontrarlo, para verme en esos ojos que descubrían un nuevo yo. Me sumergí en la desesperación de tocarlo, de explorarlo como si lo hubiera perdido hace años y necesitara reconocerlo. El se entregó a mis deseos y placeres como un exclavo, dejando que mi cuerpo se acoplara al suyo, que mis manos reconociera su nuca y besara mis labios sus pestañas largas, hermosas y tupidas pestañas que soñaba hace años. Siempre pensé en vos, le dije, porque necesitaba confesarle su importancia y el milagro que consideraba haberlo encontrado en la causalidad plena de la vida. Su sonrisa acariciaba mis labios hinchados de besarlo. Me gusta tu pelo, mentí, y agarré un mechón enjambrado de rasta. Me miró un momento sonriente, y dijo como una sentencia: No te gusta mi pelo, te gusto yo - yo lo besé como si fuera a esfumarse en ese instante la magia. Toda la noche fueron míos su besos, y sus manos, y su boca carnoza, y el saber de sus pecas en la espalda que besé como si estampara mi deseo, lento, suave, fuerte, bravo.
La mañana siguiente nos encontró igual de animados, la realidad era aún más divertida que hacernos los tontos. Supe desde un principio que toda la suerte estaba echada, y que el destino había sido muy generoso, no se podía abusar. Como un conjuro, desapareció nuevamente de mi vida y yo seguí mis días pensando en la suerte de tener por una noche, el corazón en la boca.

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