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1 de abril de 2010

Arrolladito primavera

Había un chino. Uno flaco y desagradable con cara de pedófilo. Estaba esperando a alguien, miraba continuamente su reloj. Fumaba dando largas pitadas a su cigarrillo, no porque estuviera nervioso, se notaba que era por costumbre. De pronto el ringtong estalló en su aparato y sin siquiera sacarlo del estuche que cómodamente colgaba de su cinturón, salió corriendo atropellándose gente. Yo me quedé en mi lugar con la espina de la duda que era aún más desagradable que su presencia.

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