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20 de enero de 2011

La más enamorada

Ella, la más enamorada, mide con los dedos el diámetro del inflable gigante de la palabra amor. Lo roza despacio con las yemas de los dedos y piensa si en verdad se ve así. Cuenta la cantidad de letras y es correcta. Mide los pulsos de su corazón con la respiración acelerada del inflable, que huele a caramelo. Que sabe agridulce del pasado y de los miedos, pero sabe más dulce.
Desinfla la palabra, quiere verdad y razón. Y que huela a su perfume y tenga el gusto de sus mañanas.
La más enamorada, ella, que espera a los principes en la puerta para no perder tiempo en que suban a rescatarla, tiene cautela. Reconoce las cicatrices ahora perfumadas, pero quiere oler, quiere sentir, quiere ser libre para poder llenar la palabra de las cosas que la hacen feliz, del descubriemiento y la sorpresa de su reconocimiento en otro, en otro que puede ser o no. Y ella sueña sus promesas y rememora el aroma de su piel y el anelo de tenerlo cuando quiera, cuando ya no haya miedos y pueda hacer una pirueta como un esquilibrista que aún sin temor, sabe que está la red. Un deseo a la luna, y un presagio al sol.
Se mira al espejo: Ay, ella... la más enamorada.

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