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19 de abril de 2012

El gato que no fué, los caramelos, Camilo y el marciano

Cuando mi hermano me dijo que en su casa se había instalado un marciano, lo miré con la cabeza ladeada  de costado y una media sonrisa que se traducía en "lo entiendo, te hace falta un gato", y le convidé un mate medio lavado y algo frío que era más una excusa para conversar que el invite de algo rico. Convencido de que un gato no podía solucionar su problema de un marciano tomando café con galletitas óreo, me invitó a su casa para que viera con mis propios ojos el habitante del espacio exterior que eligió, de todas las millones de casas desparramadas en la vía láctea, la casa de mi hermano. Más para demostrarle que mejor sería un gato naranja que inventar marcianos, me fuí un día con él desde el trabajo. Llegamos pasadas las cinco de la tarde, justo para merendar, y la verdad moría de hambre. Cuando entramos por el pasillo que antecede la puerta de entrada, noté que en el piso nadaban en el cemento unos barquitos de papel glacé. Cómo la magia es para mi familia más una cosa natural que una sorpresa, me ocupé más de los colores brillantes que del hecho de que estuvieran navegandose solos. Mientras ponía la llave en la cerradura, se dió vuelta y me dijo que ni naranja ni negro el gato, que ni perro ni canario, lo que él quería era un marciano, y estaba en la casa. Lo que necesitás es un buen mate le dije cruzando la puerta abierta, y abierta se me quedó la boca cuando efectivamente un ser de lo más extraño,  se encontraba haciendo globos con papeles de caramelos como si hiciera origami con los dientes. La conmoción me duró una hora entera en el que el singular personaje en cuestión me cebó deliciosos mates amargos con un poco de gusto a tierra y me hizo masajes en el dedo meñique de los pies, cosa que aún no entiendo el sentido, pero me hizo ver todo color verde. Camilo iba y venía ríendose a carcajadas presentando como un mago todos los trucos que el marciano hacía mientras me miraba fijo, muy fijo, y se comía paquetes de óreo sin parar. Cuando se hizo de noche, me despedí en la puerta y al subirme al taxi le grité "Tenés razón, no es un gato, lo que necesito es un marciano!".  Esa noche soñé con miles de pecesitos de colores hechos con papel de caramelos sugus que volaban por el aire. No había más marcianos, así que tuve que querer a dos gatos.

1 comentario:

  1. Excelente!!!! no sabia que escribias... y menos tan bien y tan creativamente Mujer!

    Me encantooo!!!!!

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